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EFEMÉRIDES

18 de enero de 2022

La rendición de Aldo Rico en Monte Caseros: el triste y solitario final de la segunda rebelión Carapintada

El 18 de enero de 1988, después de permanecer acuartelado tres días en un regimiento correntino, Rico se rindió incondicionalmente ante las tropas leales al gobierno y la cúpula del Ejército. Lo que parecía una continuidad de los reclamos de Semana Santa de 1987 había sido simplemente un intento de resolver una interna militar.

Los relojes de los jefes militares dentro y fuera del cuartel marcaban –con exactitud cronométrica– las 17.30 del lunes 18 de enero de 1988 cuando el ex teniente coronel Aldo Rico, alias “El Ñato”, se rindió incondicionalmente ante las tropas que rodeaban al Regimiento de infantería 4 de Monte Caseros, en la provincia de Corrientes

 

Casi al mismo tiempo, otras tres unidades rebeldes del Ejército –19 de Infantería, 161 de Artillería y 35 de Infantería– también depusieron las armas. La “segunda rebelión carapintada”, como se la conoció, había tenido en vilo al país desde que Rico se había acuartelado exigiendo, entre otras cosas, la renuncia del jefe del Ejército, Dante Caridi.

Por esos días se celebraba el éxito de la temporada turística en Mar del Plata con más de un millón y medio de veraneantes, el presidente Raúl Alfonsín y el gobernador bonaerense Antonio Cafiero acordaban modificar la Constitución, se llegaba a un principio de acuerdo con los Estados Unidos por la deuda y en el torneo de fútbol de verano Boca empataba con Racing y River goleaba a Independiente.

Sin embargo, la atención de la enorme mayoría de los argentinos estaba centrada en Monte Caseros, Corrientes, donde Rico había reaparecido el sábado 16 –luego de unos días de paradero desconocido– para sublevar al Regimiento.

El Ñato bravucón

El domingo 17 se esperaba que corriera sangre. El Ñato había salido brevemente del Regimiento para hablar con un grupo de periodistas que montaba guardia, siguiendo los acontecimientos. Con la cara sin betún –a diferencia de Semana Santa– alardeó frente a los cronistas.

Un corresponsal español le había preguntado:

-Se acercan tropas, ¿se va a rendir?

-Yo no me rindo, soy descendiente de asturianos y gallegos, dos razas que no se rinden – contestó.

-¿No tiene dudas?

-Yo no dudo. La duda es la jactancia de los intelectuales.

 

 

Veinticuatro horas después, las tropas leales al gobierno rodearon el regimiento correntino y Rico olvidó sus bravuconadas para rendirse incondicionalmente.

El fantasma de un golpe de Estado estaba conjurado.

De Campo de Mayo con rumbo incierto

Después de rendirse el domingo de abril de 1987 cuando Alfonsín deseó “felices pascuas” desde el balcón de la Casa Rosada, Aldo Rico había sido juzgado dentro del fuero militar y estaba detenido en la Escuela de Suboficiales de Campo de Mayo.

El 30 de diciembre 1987r, el fiscal a cargo de su caso atenuó las condiciones del encarcelamiento y le dio el beneficio de la prisión domiciliaria, que debía cumplir en una quinta a partir de ese mismo día.

Todo se desarrollaba con tranquilidad y según lo previsto hasta que, cuando estaba por salir, le informaron a Rico que el beneficio otorgado tenía una condición: que pasara a retiro.

Se negó de plano y se subió al auto, sin revelar a nadie hacía dónde se dirigía.

Una foto que hizo historia

La salida de Rico hacia su prisión domiciliaria había sido informada a la prensa, de modo que un grupo de cronistas y fotógrafos estaba montando guardia en las cercanías de la Escuela de Suboficiales de Campo de Mayo.

Entre ellos estaba el reportero gráfico Rafael Calviño, que por entonces trabajaba en la agencia Noticias Argentinas y ese día logró una foto que hizo historia al registrar con su cámara en momento preciso en que uno de los seguidores de Rico le apuntó con un arma.

Consultado por este cronista, lo recuerda así:

“Estábamos con otros colegas montando guardia para documentar la salida de Rico. Como estábamos lejos del lugar por el que iba a salir, supuse que uno iba a tener una buena foto, así que había previsto con el chofer de la agencia, que era Rubén Catalano, que se preparara para seguir al auto. Apenas salió me subí al asiento de atrás, porque adelante iban Catalano al volante y el cronista, y lo empezamos a seguir. Se armó una caravana donde también iban algunos seguidores de Rico, que fueron haciendo maniobras zigzagueantes para que no pidiéramos seguirlo. Así y todo, en un momento logré sacarle una foto en la ventanilla”, relata.

El momento culminante llegó cuando el auto de Rico bajó de la Autopista del Buen Ayre.

“En el momento que intentábamos seguirlo por la bajada, nos cruza un auto y tenemos que frenar. Rubén frena justo frente al auto que se nos cruza y ahí es cuando una persona, que luego fue reconocida como el teniente primero Alejandro Maguire, nos apunta con un arma. Yo disparo la cámara y saco una sola foto que lo registra. Después intento bajarme del auto para seguir sacando fotos pero justo atrás venía otro auto, de una agencia de noticias internacional, con un camarógrafo, y nos chocó la puerta, así que no pude salir, porque nos quedamos encerrados”, recuerda Calviño.

Al día siguiente la foto fue reproducida no sólo por los medios argentinos sino que recorrió el mundo. También se inició una causa por amenazas con arma de fuego en el Juzgado de Ramos Mejía, a cargo de Juan Ramos Padilla.

“Siempre digo que esa maniobra en la bajada de la autopista fue para que no pudiéramos saber que Rico iba a ir a la quinta del Barrio Los Fresnos, en Bella Vista, donde se organizó el segundo levantamiento carapintada”, agrega Calviño.

Por esa foto, al año siguiente Rafael Calviño fue distinguido con el Premio Rey de España.

¿Qué pretendía Rico en realidad?

Cuando el 16 de enero se supo del acuartelamiento de Aldo Rico en el Regimiento de infantería 4 de Monte Caseros, la opinión pública vivió este segundo levantamiento carapintada –con el mismo protagonista– como una continuidad de la rebelión de Semana Santa en busca de impunidad para los crímenes de lesa humanidad o, lisa y llanamente, como un intento de golpe de Estado.

En realidad, con su movida, Aldo Rico buscaba otra cosa: volcar a su favor una sorda puja interna que su sector mantenía con el jefe del Ejército, el general Dante Caridi, al que quería desplazar para reemplazarlo por el general Fausto González.

“El segundo alzamiento, el de enero de 1988, el que pasó a la historia por su epicentro en la localidad correntina de Monte Caseros, fue un coletazo directo de la crisis militar desatada en la Pascua del 87. El duelo de Aldo Rico con el jefe del ejército, Dante Caridi hacía retroceder el reloj de la historia poco menos que a la crisis de azules y colorados de 1962 y 1963 o, para hablar con propiedad, a los mandos medios que se revelaron a Alejandro Agustín Lanusse en Azul y Olavarría en 1971. Como fuese, era un hecho anacrónico. La continuación de Santa Semana, pero esta vez limitada a la interna castrense”, le explica a este cronista el periodista Juan Pablo Csipka, que investigó paso a paso el desarrollo de los hechos.

Y agrega:

Los carapintadas no sólo habían logrado la extorsión de la Obediencia Debida, si bien Alfonsín tenía el proyecto en gateras. Habían conseguido la eyección de Héctor Ríos Ereñú de la comandancia del Ejército. No pudieron imponer al general que les gustaba, Fausto González, pero lo ubicaron como número dos del nuevo comandante, el general Caridi. Si Semana Santa fue un motín para conseguir impunidad por los crímenes del terrorismo de Estado y el objetivo se había alcanzado, ¿por qué la nueva aventura de Rico? Lo que salió a escena ese verano de 1988 fue, justamente, la interna militar. Por eso, a diferencia del alzamiento inicial, sí hubo predisposición para reprimir”.

Un mal cálculo y la rendición

Al acantonarse en Monte Caseros y lanzar su proclama, en la que habló de la continuación del “Operativo Dignidad” de la Semana Santa anterior, Aldo Rico cometió un grosero error de cálculo. Con ese discurso podía engañar a la opinión pública pero no al gobierno ni a la cúpula del Ejército, cuyo descabezamiento era el verdadero objetivo.

Se sumaron a la proclama solamente tres unidades, en las provincias de San Luis, Tucumán y San Juan, pero no logró los apoyos que más esperaba: los de la Brigada Aerotransportada de Córdoba y de los regimientos de Villa Martelli y La Tablada.

También tuvo la solidaridad tardía, el mismo día de su rendición, de un grupo de oficiales de la Fuerza Aérea al mando del comodoro Luis Estrella, quien años después sería condenado por el asesinato del obispo de La Rioja, Enrique Angelelli. Unos pocos oficiales, junto con algunos civiles, tomaron el Aeroparque Jorge Newbery, en Buenos Aires. Se rindieron después de tres horas y sin disparar un solo tiro.

Rico no demoró en descubrir que esta vez la correlación de fuerzas no le daba. Al contrario del general Alais en abril de 1987, cuando demoró hasta el límite el desplazamiento de tropas hacia Campo de Mayo, esta vez los sectores leales a Caridi dentro del Ejército –que eran una inmensa mayoría– actuaron con rapidez.

La represión quedó a cargo de tropas del II Cuerpo de Ejército, a cargo del general Juan Ramón Mabragaña. Paradójicamente, se trataba del mismo cuerpo que al mando de Alais hizo todo lo posible por no reprimir.

Más allá de las bravuconadas frente a los periodistas y del triste saldo de tres oficiales leales heridos por la explosión de una mina en la Ruta 25, para la madrugada del 18 de enero Rico supo que estaba perdido.

Negoció con un oficial que había permanecido “neutral”, el coronel Camilo Colotti, y se rindió incondicionalmente a las 17.30.

Lo trasladaron al Penal militar de Magdalena, donde quedó encerrado con los otros jefes militares que lo habían secundado en el levantamiento.

La segunda rebelión carapintada estaba terminada.

Fuente: INFOBAE.COM

 

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