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SANTA FE

5 de junio de 2023

Rosario: "Arrastran cadáveres con sogas en el cuello y los exhiben. No basta con matar, ahora dejan un mensaje”

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En cada asesinato, las bandas ahora buscan transmitir un mensaje y por eso la crueldad crece, dice el periodista, que el jueves recibirá el premio Pluma de Honor de la Academia Nacional de Periodismo

Germán de los Santos pisa un campo minado. Así se lo hacen saber a cada paso: convive con aprietes y amenazas. No habla de eso. No presume ni se jacta. Tampoco lo minimiza: sabe que es la consecuencia natural de su trabajo cotidiano como periodista en Rosario. Desde hace 15 años cubre la violencia narco que –en clara connivencia con sectores policiales, políticos y judiciales– cambió la historia y el mapa del delito en esa ciudad. En Rosario no hay trincheras ni misiles; tampoco bandos definidos. “Nunca se sabe de dónde vienen las balas”, dirá De los Santos, que fue corresponsal de guerra en Afganistán en 2001 y estuvo recientemente en Ucrania, cubriendo la invasión rusa.

Los colegas que trabajaron con él coinciden. “Es un enorme profesional con un coraje inmenso; un perro de presa que no se distrae con otras coberturas y otros ruidos; y siempre va para adelante a pesar de los aprietes y las amenazas”. Pero no solo provoca admiración: por su trabajo, también despierta odios, enemistades y rencores. Es lo que sienten policías, comisarios, delincuentes, gobernadores y miembros de la Justicia y la política cuando quedan expuestos en sus investigaciones. De los Santos no duda en revelar la participación activa de estos actores en una trama de violencia y corrupción que se lleva todo puesto en una ciudad que cuadruplica la tasa de homicidios nacional.

–¿Cómo es trabajar, reportear, acosado por el narco?

–Hay que ser muy cuidadoso; evaluar siempre los riesgos. Creo que el miedo, porque uno siempre tiene miedo, te ayuda a calibrar ese riesgo. Si no tuviese miedo sería un inconsciente y yo no lo soy. Ese cuidado en el trabajo cotidiano también ha modificado la estrategia al hacer periodismo: uno busca el respaldo de otros colegas locales o nacionales para tener cierta protección. También hay que evaluar el riesgo en el que entran nuestras fuentes, porque es muy peligrosa la exposición.

–¿A qué cuidados te referís?

–Hay que ser cuidadoso con la publicación de nombres y lugares; hablar en lugares diferentes a los que suceden los hechos. Y otra de las cuestiones que empezó a hacer mella en Rosario es que en el trabajo periodístico, y no solo el mío, para ir a algún lugar se busca el respaldo y la coordinación entre los propios periodistas. El trabajo en Rosario tiene la particularidad de que los aprietes y las amenazas no solo vienen de los narcos. Cuando uno expone estas historias, los intereses más afectados son los de la clase política, los sectores judiciales y, sobre todo, los policiales. El mayor riesgo está en revelar esas complicidades: cuando se tocan esos intereses, los nervios se activan.

El 26 de mayo se cumplió el décimo aniversario del asesinato de Cantero, el líder de Los Monos. Varios miembros del clan están presos, pero su poder no solo no ha mermado; por el contrario, se han fortalecido en la cárcel y desde la cárcel. ¿Cómo se explica esto?

–El fenómeno del crimen organizado desde las cárceles es algo nuevo en la Argentina. No hay muchos antecedentes porque el Estado, durante los procesos judiciales, juntaba elementos y evidencias, condenaba a un grupo criminal o a un delincuente a la cárcel y ahí se desligaba. Con este fenómeno del crimen organizado en Rosario comienza una nueva etapa desde la cárcel y que es, incluso, mucho más intensa que cuando estaban los protagonistas en libertad. Los Monos crecieron y consolidaron su poder, crecieron en número de miembros y, sobre todo, en acumulación de dinero, desde la cárcel. Eso se vio en otros países donde los grupos criminales que hoy están en expansión se originaron desde las propias cárceles. Es el caso de Brasil, en donde el Primer Comando Capital o el Comando Vermelho crecieron desde las cárceles.

El 26 de mayo se cumplió el décimo aniversario del asesinato de Cantero, el líder de Los Monos. Varios miembros del clan están presos, pero su poder no solo no ha mermado; por el contrario, se han fortalecido en la cárcel y desde la cárcel. ¿Cómo se explica esto?

El fenómeno del crimen organizado desde las cárceles es algo nuevo en la Argentina. No hay muchos antecedentes porque el Estado, durante los procesos judiciales, juntaba elementos y evidencias, condenaba a un grupo criminal o a un delincuente a la cárcel y ahí se desligaba. Con este fenómeno del crimen organizado en Rosario comienza una nueva etapa desde la cárcel y que es, incluso, mucho más intensa que cuando estaban los protagonistas en libertad. Los Monos crecieron y consolidaron su poder, crecieron en número de miembros y, sobre todo, en acumulación de dinero, desde la cárcel. Eso se vio en otros países donde los grupos criminales que hoy están en expansión se originaron desde las propias cárceles. Es el caso de Brasil, en donde el Primer Comando Capital o el Comando Vermelho crecieron desde las cárceles.

¿Es posible estimar el nivel de penetración que el narco tiene en los distintos niveles del Estado y jurisdicciones, y en la Policía y la política?

La Policía, que es una pata del Estado, fue clave en el origen del problema en Rosario. Fue la que primero armó a los grupos criminales y en un principio lo hizo para generar un negocio estable. La política también se fue metiendo en ese entramado narco y lo que provocó fue que se rompiera todo. Hay una atomización muy grande en los grupos criminales, pero también en la Policía. Entonces lo que ocurre es que nadie domina el territorio: hay una confrontación y un conflicto permanente por el territorio. La penetración del narcotráfico dentro de la Policía ha quedado en evidencia también en causas judiciales: había fiscales que cobraban sobornos que venían de un empresario que estaba vinculado a grupos narcos. La Justicia también tiene una deuda pendiente que es investigar las conexiones mucho más aceitadas con la política. Pero no solo el financiamiento de campañas, sino el financiamiento de la asistencia social: la enorme penetración de los grupos narcos en la contención social en muchos barrios. El fundador de Los Monos distribuía todos los mediodías 600 raciones de comida en un barrio que, como en muchos otros lugares, hoy no lo hace el propio Estado. Cuando lo fueron a detener la gente le reclamaba a la Policía que no lo detuviera porque se les terminaba el flujo de alimentos. Los narcos se dieron cuenta que así se tejen las lealtades en los propios barrios. El Estado ha perdido no solo presencia sino también poder dentro de los barrios. Y esa presencia la ganó el narco.

A diferencia de otros tiempos, se advierte un salto en los niveles de crueldad, de violencia y de saña: niños asesinados, amenazas en las escuelas, el peligro instalado en el centro de la ciudad, cadáveres desmembrados con mensajes en papeles. ¿Por qué?

–Sí, es así, porque la violencia y la muerte, que es clave dentro del negocio narco, hoy ya no bastan. No basta con matar a alguien, sino que hay que dejar un mensaje. Y en eso la crueldad es cada vez mayor. Hay gente que es arrastrada con sogas en el cuello y su cadáver exhibido para que en el barrio todos lo vean. Gente que se elige en la calle al azar, como fue el caso de un chico cuyo cadáver fue usado como un envoltorio para pasar un mensaje. Esos hechos de extrema crueldad son un nuevo eslabón y un nuevo nivel de este negocio de la violencia que va creciendo cada vez más. Me lo contaba un narco que se enfrentó con la banda de Los Monos hace veinte años: antes había códigos que no se rompían. Por ejemplo, matar a chicos: “Nos matamos entre nosotros. Pero a nadie se le hubiese imaginado matar a un chico”. Hoy, en el 10% de los asesinatos que hay en Rosario, tanto las víctimas como los victimarios son chicos menores de edad.

Cuando decís “pasar un mensaje”, ¿se trata de mensajes entre bandas, mensajes al poder político, a los jueces?

–Hay mensajes en el territorio, en el terreno que está en disputa, para que toda la gente del lugar vea lo que le puede pasar a una persona que traiciona o que se queda con algo que no debe. Y eso se paga con crueldad. Ahora se está usando lo que se denomina el “terror narco” como una clave política también. Las escuelas están siendo baleadas y hoy hay más de diez escuelas cerradas en Rosario por este motivo. Eso también está vinculado a la cárcel, porque para lograr algún tipo de modificación de los intereses dentro de la cárcel cometen hechos de extrema conmoción en la calle. Por eso se impuso desde hace cinco años el mensaje “con la mafia no se jode” y los disparos. Hace dos semanas ocurrió un hecho que fue inédito: se viralizó un mensaje a través de Whatsapp en toda la ciudad, de un toque de queda narco. La ciudad quedó vacía. Y quedó vacía porque la gente cree que eso puede ser posible.

–¿Qué lectura hacés de la balacera al supermercado de la familia Roccuzzo, más allá del impacto planetario por la figura de Messi?

–El ataque contra un comercio o contra una empresa acá está totalmente naturalizado porque es parte del negocio paralelo en el que están incursionando los grupos narcos, que son las extorsiones. Tocar a una familia tan reconocida como la de Messi obviamente generó una repercusión muy grande, más a nivel nacional e internacional que local. En ese caso no hubo un pedido de dinero, la intención era generar un hecho que causara conmoción. Y después de eso se produjo un homicidio de un nenito de 12 años, Máximo Jerez. Eso sí generó mayor preocupación porque ahí lo que se vio fue un estallido social dentro del barrio Los Pumitas, en Empalme Graneros. Después de la muerte de este chico, allí la gente salió a romper y a destruir los búnkeres del grupo narco de la zona. Ya no alcanza solo con abrir calles o iluminar un barrio como presencia del Estado, hace falta seguridad. Y la gente hizo justicia por mano propia porque no había nadie que pusiera orden. El único orden que había ahí era el que aplicaban los narcos. Después hubo amenazas a la familia y la propia gente que había saqueado el lugar devolvió todo lo que había robado en la casa del narco, que tenía custodia policial.

De todas las historias que cubriste, ¿cuáles te han generado mayor conmoción?

–Hay muchas, porque uno sigue en contacto con la gente después de escribirlas. Por ejemplo, el crimen de un chico de 16 años en Empalme Graneros, hace bastante tiempo. Era de un grupo de trap. Al chico lo matan en la puerta de un bunker y sus compañeros van y queman todo. Eso me impactó mucho, porque son chicos que viven en lugares tremendos, pero que tienen ganas de salir de ahí y quieren hacerlo a través de la música, que es mucho más difícil en esos lugares porque están amenazados todo el tiempo de forma directa. Esas historias son… terribles. Cada vez que veo a un chico muerto me rompe el alma, porque ese pibe tendría que estar en otro lado y no en la puerta de un bunker; tampoco tendría que tener un arma o estar arriba de una moto matando gente. Eso también nos da la perspectiva del fracaso como país.

–¿Creés que el resto de la Argentina ha perdido la real dimensión de esta catástrofe y ha naturalizado estas cosas?

–Sí, es así: Rosario es como un eslabón perdido. Y, además, está afuera de la agenda política. Solo entra con chispazos de violencia extrema y después desaparece, pero no hay un abordaje de fondo. Y no hablo del gobierno sino de toda la clase política, porque hay un rasgo que unifica todo, que es el fracaso. La situación de Rosario atraviesa 15 años y el fracaso es transversal a todas las fuerzas políticas. Por eso la naturalización de la propia sociedad rosarina con el fenómeno del crimen organizado. Fuera de Rosario se sorprenden cuando suceden estos hechos que, dentro de la ciudad, pasan a ser algo propio del paisaje. Eso es muy fuerte.

–Has hecho coberturas como corresponsal de guerra. ¿Rosario, en algún sentido, se asemeja a una “zona de guerra”?

–No es una zona de guerra. Me parece que es más complejo porque en una situación como la de Afganistán o la de Ucrania uno sabe cuáles son los bandos. En Rosario eso no está definido. Aunque no haya misiles, hay un estado de violencia. Y uno no sabe de dónde vienen las balas.

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