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MUNDO

18 de diciembre de 2022

Murió Marcelo Cohen, el escritor y crítico literario que revolucionó el género fantástico en la lengua castellana

Falleció a los 71 años. Fue un escritor, traductor y crítico literario reconocido como uno de los grandes renovadores de lo fantástico en cuentos y novelas en las últimas décadas.

El escritor, traductor y crítico literario Marcelo Cohen (1951-2022) falleció a los 71 años este sábado 17 de diciembre en su natal Argentina. Fundador, junto a su mujer, Graciela Speranza, de la revista Otra parte, la suya es considerada una presencia fundamental en el panorama de las letras de su país a lo largo de las últimas décadas.

Tras conocerse la noticia de su muerte, el diario argentino Clarín no dudó en calificarlo como “el mayor renovador del género fantástico en lengua castellana de las últimas décadas”.

Cohen formulaba así su campo de batalla diario, infinitesimal, como intelectual, traductor de primer orden, lector crítico, autor de novelas y cuentos, y antiguo militante: “El lenguaje es el pensamiento. […] Hay que salir de la repetición, buscar formas: ejercicios espirituales, oración, literatura, orgía, yo qué sé. La repetición de las formas verbales de comunicación es la manera en la que pensamos. El pensamiento es el lenguaje. Uno escribe siempre las mismas palabras, cuenta todo de la misma manera, pensamos todos lo mismo y sentimos lo mismo, porque sentimos lo que decimos que sentimos. «Te quiero mucho»; todo el mundo quiere mucho a todo el mundo. No se puede matizar porque hay una pérdida de la complejidad de la sintaxis, los matices, no hay relacionantes, no hay subordinadas, no hay variantes del pasado, no hay pretérito del subjuntivo. Eso plancha la experiencia. Uniformiza las emociones. Crea impotencia. Se evita tener que decir algo más. Matizar. Es una de las maneras [en] que el lenguaje nos hace. La literatura también, hay literatura traducible y literatura no traducible. La literatura socava, amplifica, modula, suple, abastece, enriquece o cuando es necesario disminuye el volumen, la intensidad, del discurso circulante o lo que se llama prosa de Estado. Son los límites del discurso, qué se puede decir en una época y qué no”.

Tal reflexión pertenece a una entrevista aparecida en 2018 en la web de la editorial argentina Eterna Cadencia. Y allí contaba sobre sus orígenes como lector y escribidor en el seno clasemediero de una familia judía: “Empecé a escribir en la secundaria. Fui a un buen colegio, aprendí latín. Cuando me hice traductor me di cuenta de que es fundamental. El latín te ayuda mucho, sobre todo el orden de los complementos. […] Los dos primeros libros que leí fueron Crónicas marcianas, de Bradbury, y Más que humano, de Sturgeon. Casi inmediatamente leí a Calvino. Y Cien años de soledad. Me puse a escribir porque me parecía que me salía bien. También había una cuestión de seducción. Con los amigos y con las chicas. Inmediatamente entró la militancia, la política, había que escribir cosas de denuncia. A medida que descubrí esas variedades de la literatura fantástica, se me empezó a mezclar con el hecho de que yo vivía en la ciudad, leía mucha literatura norteamericana realista. Eso se hizo un mazacote, que recién pude elaborar cuando viví en España. La distancia de la militancia y de la familia me hizo bien”.          

 Siempre elogiado por su capacidad imaginativa y su apertura a la experimentación, Cohen es el autor de novelas como El país de la dama eléctrica (1984), El oído absoluto (1989), El testamento de O’Jaral(1995), Inolvidables veladas (1996), Donde yo no estaba (2006), Balada (2011) o Algo más (2015); los cuentos de El fin de lo mismo (1992), Los acuáticos (2008) o La calle de los cines (2018), así como de los textos reflexivos de Buda (1999), ¡Realmente fantástico! y otros ensayos (2003), Música prosaica (2014) y Un año sin primavera (2017).

En su faceta de traductor lidió a lo largo de su productiva trayectoria con la lengua particular de gente como Christopher Marlowe, William Shakespeare, Ben Jonson, Jane Austen, Nathaniel Hawthorne, Henry James, T.S. Eliot, J. G. Ballard, A.R. Ammons, Wallace Stevens, Scott Fitzgerald, William Burroughs, Philip Larkin, Alice Munro J.M. Coetzee, M. John Harrison y Julia Armfield, y así también con Italo Svevo, Quincas Borba, Machado de Assis y Clarice Lispector.

Hace unos cinco meses, el escritor bonaerense recibió La Rosa de Cobre, premio a su carrera entregado por la Biblioteca Nacional de Argentina.

Cohen aseguraba tener en alta estima cierto umbral para la huida que hallaba en la dificultad de la escritura: “Creo en la evasión en ese sentido: irse a otro lado para después ver mejor”, decía. “Te tenés que ir para desempañarte lo sentido. Todo el arte sirve para eso: te coloca en otra dimensión, que es la de la sensación verdadera”.                                                      

Encontraba ahí, quizá, una forma mejorada y reversible de la muerte: “la satisfacción de haberte olvidado de vos por la mano, porque la mente te desalojó para ocuparte de otra cosa”, aventuró entonces. “Sobre todo si sabés cómo seguir al otro día”.

 

 

 

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