Viernes 26 de Abril de 2024

Hoy es Viernes 26 de Abril de 2024 y son las 04:52 - ALERTA URBANA ...DE LUNES A VIERNES DE 09 A 13 POR FM GUALAMBA 93.7 MHZ.- LO QUE TENES QUE SABER ESTA EN ALERTA URBANA

  • 23.6º

HISTORIAS

24 de abril de 2022

Mató y violó a más de 100 hombres y niños: Carl Panzram, el peor criminal que haya existido jamás

Hasta los 13 años, solo había conocido golpes, torturas y violaciones por parte de su padre, hermanos, celadores y sacerdotes. Al salir del reformatorio, se hizo alcohólico, robó y quemó iglesias. Y se convirtió en una persona decidida a destruir y matar.

La mandíbula era fuerte. Se le notaba una marcada calvicie que había hecho desaparecer el cabello negro y tupido, ondulado. Medía un metro ochenta y pesaba 100 kilos. Había usado un bigote negro y espeso pero ya no. Sin embargo, mantenía los ojos de un color gris acero. Tenía una enorme ancla tatuada en el antebrazo izquierdo. En el derecho, lucía otra pero adornada con un águila y la cabeza de un chino. La amplitud del pecho impresionaba. En el centro había un tatuaje más, el de dos águilas y debajo de las alas de cada una, las palabras Libertad y Justicia. Se llamaba Carl Panzram, y daba miedo.

La mañana del 5 de setiembre de 1930, hacía mucho frío en las celdas de la prisión federal de Fort Leavenworth, en Kansas. Ni imaginar el que hacía en el patio. Era una fortaleza con muros de concreto de 25 metros de alto. Doce guardias sacaron a Panzram del calabozo a las 05.55 y lo llevaron al cadalso. Toda la noche se la había pasado cantando un estribillo pornográfico que él mismo había inventado. “¡Malditos sean… Maldita sea mi madre que me parió y maldita sea toda la raza humana!”.

Esos fueron sus buenos días. Caminó con energía. Tenía los dientes apretados y la mirada desafiante. Subió los trece escalones hacia la horca y se paró de golpe. Cuando dos guardias se acercaron para ponerle la capucha negra, los escupió en la cara. Movió a su grueso cuello violentamente para zafarse, aunque con el único propósito de decirle al verdugo: “¡Apurate, bastardo! ¡Yo en tu lugar ya hubiese matado a diez!”. No quería escapar. Estaba feliz, tal vez por primera vez en su vida.

Carl Panzram, el peor criminal que haya existido jamás
Las puertas de la trampa se abrieron de golpe a las 06.03 y Panzram cayó un metro y sesenta centímetros. Nadie habló. Por unos minutos, mientras el cuerpo de quien había sido, según la prensa, el “peor criminal que haya existido jamás” o el “asesino sin alma” se balanceaba de un lado a otro.

El mismo había perdido la cuenta de sus crímenes. Robos, incendios, piratería y asesinatos. Había matado a cien o más hombres y sólo hombres, a los que también había violado. Adultos y chicos.

A las 06.18 lo revisó un médico y lo dio por muerto. Un periodista quiso pincharle los pies con un alfiler para ver si era cierto. Nadie reclamó el cuerpo. En una carretilla, lo llevaron al cementerio de la prisión. Su tumba quedó identificada con el último número que tuvo como presidiario: 31614.

Había nacido el 18 de junio de 1892. Lo primero que recordaba Carl Panzram eran los golpes que le daba su padre, Johann, un campesino de origen alemán, analfabeto y salvaje, establecido en East Grand Forks, en el Condado de Polk, Minnesota. Le pegó hasta los seis años. Cuando cumplió siete ya no lo vio más porque John abandonó a su mujer, Matilda, y a sus siete hijos. Lo segundo que le venía a la memoria era las palizas de sus hermanos mayores, que lo dejaban inconsciente. ¿Y su madre?

“Era demasiado estúpida como para enseñarme algo que valiera la pena”, escribiría Carl años después. Luego evocaba su primer robo, en una granja vecina, cuando tenía ya ocho años. Y otros pequeños hurtos hasta que a los once años lo agarraron con las manos en la masa y lo enviaron a un reformatorio y de ese lugar recordaba los golpes de los celadores, que le daban con tablas, correas de cuero y con remos pesados en la llamada “casa de la pintura” porque allí los chicos se iban pintando con sangre y hematomas. De acuerdo al criterio penitenciario de aquél entonces, eran métodos que se empleaban como rutina de corrección. Los golpes lo harían enderezarse. Fue violado por sacerdotes católicos encargados de la educación de los internos. “Los cristianos me enseñaron a ser un hipócrita… Aprendí más acerca de robar, mentir, odiar, quemar y matar. Y que un trasero podía servir para otros propósitos”, diría.

Hasta la adolescencia, Carl Panzram sólo había conocido torturas
Cuando salió del reformatorio, ya con trece años, se hizo alcohólico y otra vez comenzó con los robos y los hurtos decidido a destruir y matar. Abandonó la granja de Minnesota y subió al primer tren de carga que vio. Cuatro cirujas que viajaban con él lo violaron y lo tiraron del tren. Vagó aquí y allá hasta que fue arrestado y enviado a otro penal para menores. Le rompió la cabeza a un celador con una tabla y como castigo lo suspendieron de un gancho y lo torturaron. Pero apenas se repuso, se escapó. Robó en varias casas y quemó unas cuantas iglesias. Tenía 14 años.

Una noche de diciembre de 1907 estaba en una taberna, borracho como una cuba, cuando escuchó que un hombre reclutaba para el ejército. Decidió alistarse, pero las cosas no cambiarían. No obedecía ninguna orden, iba a las guardias borracho y cada tanto terminaba en el calabozo. Un año después de su ingreso robó ropa de una intendencia militar y lo detuvieron cuando se escapaba con su botín. Una corte marcial resolvió expulsarlo del ejército pero antes imponerle tres años de trabajos forzados. De esta manera, ingresó por primera vez en la prisión militar de Fort Leavenworth, o, como se llamaba oficialmente Cuartel Disciplinario de los Estados Unidos. Era 1908, el entonces secretario de Guerra William Howard Taft ratificó la condena. Un año después Taft se convertiría en presidente de los Estados Unidos (hasta 1913).

Ya entonces Panzram aparentaba más edad de la que tenía y en la prisión lo trataron como a un adulto, a pesar de sus dieciséis años. Lo encadenaron a una bola de metal de veinticinco kilos, que arrastraba a todas partes. Durante diez horas al día, rompía piedras en una cantera, los siete días de la semana hasta cumplir su condena.

Robó granjas y graneros, incendió casas, asaltó a todo aquél que le parecía y violaba a cada una de sus víctimas. Así se desayunaba y así se iba a dormir. No conocía la piedad ni el remordimiento. El dinero que robaba lo gastaba en alcohol, en armas y en juego. Estuvo en muchas cárceles y en todas lo trataban como a un animal, como a la mayoría de los reclusos por esas épocas. Fue colgado y azotado, recluido en aislamiento y a pan y agua, castigos que se aplicaban por los motivos más banales, como hablar, por ejemplo. La disciplina penitenciaria hacía hincapié en el silencio. Una de sus formas era el aislamiento absoluto (e, incluso, en casos excepcionales, cuando lo sacaban del aislamiento lo hacían colocándole una capucha). También lo hacían trabajar durante el día y lo aislaban a la noche. Panzram, ya un producto típico de las prisiones. Pero Panzram siempre lograba escapar. No era un delincuente escurridizo pues lo detuvieron muchas veces, pero sí era un preso escurridizo.

En 1920, en Connecticut, entró a una casa aristocrática y se llevó bonos, joyas y un arma calibre 0.45. Los bonos estaban a nombre del expresidente William Howard Taft, el mismo que cuando fue secretario de Guerra había ratificado la expulsión de Panzram del ejército. Para la época del robo en su casa, Taft ya no se dedicaba a la política sino que enseñaba leyes. Panzram usó rápido el arma de Taft. La venta de las joyas le reportó 3000 dólares y compró un yate que llamó Akiska. Contrató a cuatro marineros de la Armada estadounidense, los emborrachó, abusó de ellos y les pegó un tiro en la espalda a cada uno con el arma del expresidente. Luego tiró los cuerpos al río. Y esto mismo hizo al menos tres veces más.

Carl Panzram, sus crímenes en África y su regreso a EE.UU.
El yate de Panzram al final se hundió o lo hundió, circunstancia que nunca fue aclarada. En 1921, se embarcó hacia Angola, en África. Al llegar violó y mató a un chico de once años. Escribió más tarde : “Su cerebro estaba saliendo de sus oídos cuando lo dejé y nunca estará más muerto”.

Trabajó un tiempo para la empresa Sinclair Oil Company hasta que contrató a seis nativos de una aldea de pescadores del Congo. El trabajo era ayudarlo a cazar cocodrilos. Con ellos hizo igual que con aquellos marineros estadounidenses. Fue demasiado. Panzram iba a embarcarse en un carguero con destino a Lisboa, pero la policía de la capital portuguesa estaba al tanto de sus crímenes en África y Carl cambió su destino y regresó a los Estados Unidos. Como polizón en otro buque.

En la ciudad de Salem, en Massachussets, la misma que es conocida por un célebre proceso por brujería realizado en el siglo XVII, vio a un chico que iba a hacer los mandados y lo detuvo. Le dio quince centavos para que le comprara leche. Cuando el nene regresó con la compra, lo llevó a un lugar despoblado, abusó de él y le aplastó la cabeza con una piedra. El chico era George McMahon y tenía once años. Fue el 18 de junio de 1922.

Por esa época, cerca de Nueva York, robó un velero y se dedicó a lo único que sabía hacer. Se movía por todos lados con nombres falsos: Jefferson Baldwin, Jeffrey Rhodes, John King y John O’Leary. La policía lo sorprendió robando en un depósito ferroviario y lo arrestó. Por este y otros asaltos, le dieron cinco años en la cárcel de Dannemora, en Nueva York, a la que llamaban “el agujero del Infierno”. Panzram quiso trepar uno de los muros de la prisión pero cayó desde nueve metros. Se rompió la espalda, las dos piernas y los tobillos. Lo levantaron y lo tiraron en su celda, sin atención médica. Allí estuvo, agonizando, catorce meses, arrastrándose para alcanzar la lata con agua cuando se acordaban de dejársela. Sobrevivió.

Apenas pudo caminar, golpeó y violó a otro preso y lo volvieron a aislar hasta cumplir su condena, en 1928. Salió lisiado de por vida y más trastornado. En dos semanas, cometió doce robos y mató al menos a un hombre, hasta que volvió a ser detenido en Washington. Un guardiacárcel, Henry Lesser, le dio un dólar para que comprara cigarrillos. Panzram lo miró. No era una mirada de agradecimiento sino de extrañeza. Era la primera vez en su vida que alguien tenía un gesto positivo hacia él. Luego Lesser le alcanzó papel y lápiz. Carl usó veinte mil palabras para escribir su horrorosa vida. “Mis aliados son el engaño, la traición, la brutalidad, la degeneración, la hipocresía y todo lo que es malo”, sostuvo.
Recibió 25 años de cárcel por varios delitos, entre ellos la violación y el homicidio de dos niños. Él mismo dio una confesión detallada de sus delitos. Lo enviaron otra vez a la prisión militar de Leavenworth. Cuando entró, dijo: “Mataré al primero que me moleste”. Y ese fue Robert Warnke, su supervisor en la lavandería, donde lo habían designado. Panzram asesinó a Warnke con una barra de hierro. Por este caso, lo enviaron a la horca. Carl Panzram, después de matar a Warnke, salió caminando tranquilo de la lavandería sin que ningún guardia se le acercase. Llegó hasta su celda y se sentó en la cucheta, a esperar. Tenía 39 años.

 

 


📻Seguinos de lunes a viernes de 9 a 13 hs por FM GUALAMBA 93.7 MHZ y a través de la página web www.fmgualamba.com.ar 

Compartí con nosotros tus comentarios, denuncias, fotos y videos al WhatsApp 3624100411)  

Seguinos y enterate de toda la actualidad en www.alertaurbana.com.ar

COMPARTIR:

Comentarios