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CIENCIA
21 de junio de 2021
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Lo que aprendimos de este mecanismo durante COVID-19 podría revolucionar la salud pública.
Para controlar las modificaciones del coronavirus que podrían empeorar la pandemia o hacer que las vacunas sean menos eficaces, los científicos necesitan secuenciar su genoma. Pero son pocos los países que realizan y comparten esta laboriosa, compleja y necesaria vigilancia.
La publicación de la primera secuenciación del genoma del SARS-CoV-2 en enero de 2020, al inicio de la pandemia, permitió identificarlo como un nuevo coronavirus y empezar a desarrollar tests de diagnóstico y vacunas.
Desde entonces, decenas de miles de secuencias han sido descargadas en bases de datos públicos, lo que permitió observar las mutaciones con una precisión y velocidad jamás alcanzadas antes.
Gran parte de estas informaciones proceden de un solo país: Gran Bretaña. A mediados de enero, GISAID, (que significa Iniciativa Global para Compartir Todos los Datos de Influenza, lo que refleja su enfoque inicial en la gripe), se trata de una importante plataforma para compartir datos, creada originalmente para vigilar la gripe, había recibido 379.000 secuencias. Entre éstas, 166.000 procedían de COVID-19 Genomics UK (COG-UK), una asociación entre autoridades sanitarias y centros universitarios.
Actualmente, el programa secuencia 10.000 genomas por semana (6% de los casos conocidos en Gran Bretaña) y el objetivo es duplicar esa cifra.
Secuenciación, una prioridad
La secuenciación ha identificado preocupantes variantes en Gran Bretaña (Alpha), Sudáfrica (Beta), Brasil (Gamma) y en India (Delta).
La variante, de propagación más rápida, en Reino Unido es “como una mini-pandemia en el seno de la pandemia” analizó el doctor Harrison. Sin una vigilancia sistemática, los científicos no habrían quizá comprendido que “cambia la situación”.
La precoz alerta no ha impedido su propagación -decenas de países la han detectado ya- pero ha permitido a otros prepararse. Sin la advertencia de los científicos británicos, el mundo navegaría a ciegas, coincide Emma Hodcroft.
Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), una mejor capacidad de secuenciación es una prioridad.
Para la OMS, la secuenciación mundial ayudará a “comprender mejor el mundo de los agentes patógenos emergentes y sus interacciones con los humanos y los animales en una variedad de climas, ecosistemas, culturas o modos de vida”.
Pero la secuenciación a gran escala es compleja en el plano logístico. El instituto Wellcome Sanger, al sur de Cambridge, en Inglaterra, almacena decenas de miles de muestras que recibe cada día en enormes congeladores, y ha concebido toda una infraestructura robótica para clasificarlas y utilizarlas en sus investigaciones.
Una de las formas más poderosas de combatir una pandemia causada por un virus nunca antes visto es decodificar el genoma microbiano culpable. Y hacerlo puede, y debe, ser la máxima prioridad de los esfuerzos de salud pública en el futuro, para que los científicos puedan exponer cómo funciona el microbio, para guiar, en tiempo real, las mejores formas de controlarlo y, en última instancia, apagarlo.
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