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SOCIEDAD

12 de mayo de 2021

Segunda ola de COVID: “El año pasado no recibía cuerpos de menores de 40 años, ahora sí”

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Walter Asensio es técnico en evisceración, y está empleado en un hospital público y en una clínica de la Ciudad. “Desde el mes pasado, recibo entre 3 y 4 fallecidos diarios por coronavirus, de edades más jóvenes que en 2020”, contó

Walter Rodrigo Asensio (34) trabaja como coordinador del sector morgue en un importante hospital de la Ciudad y como eviscerador en una institución médica privada.

“Mi función como técnico en evisceración es hacer las autopsias (clínicas), mientras que en la morgue coordino todos los pasos que van desde que una persona muere, hasta que su cuerpo es retirado para su destino final. Es decir, intervengo desde el momento en que la persona obita hasta que su cadáver sale de la institución”, afirmó.

 

Walter explica que la duración de su trabajo con cada cuerpo es variable, pero que en promedio es de 15 minutos. Depende del tiempo que le lleve retirarle al cadáver todos los elementos que lo mantenían con vida y, luego, acondicionarlo para que sea lo más humanamente posible y digno en su posterior reconocimiento por parte de los familiares.

Su ingreso a la morgue es una sola vez por día, ya sea por un cuerpo o por cinco. Al empezar su turno, se coloca con mucho cuidado el traje especial de protección que consiste en un mameluco, un barbijo N95, un barbijo quirúrgico, la cofia, un par de antiparras antiempaño, botas, guantes, protector facial y su teléfono celular bien protegido. Resalta que es tan importante saber colocarse el traje, como retirarlo con mucho cuidado, ya que en este último caso es cuando más suceden los contagios. Afortunadamente, en más de un año de pandemia, nunca se contagió.

 

Los cuerpos se procesan en la morgue, respetando el orden de llegada y la numeración. “Los bajan embolsados con todo el equipamiento que los mantuvo vivos, como la sonda nasogástrica o el tubo endotraqueal. Todos los elementos que le dieron soporte en vida tienen que ser retirados en la morgue, para evitar la aerosolización, y mantener la bioseguridad del ambiente y del hospital. Primero, se verifica que los datos coincidan con la precintación. Me llega una bolsa cerrada y tengo que identificar que los datos que tengo coincidan con el precinto que está en la bolsa”, cuenta.

“Les tomo una fotografía del rostro, para que los familiares puedan hacer el reconocimiento virtual. Se la toma lo más humanamente posible para que los parientes puedan tener un reconocimiento de modo digno. Se hacen por la tarde y, a la mañana, las cocherías retiran los cuerpos”, completa.

 

Walter dice que la situación en su trabajo cambió mucho del año pasado a éste, ya que recuerda que solo hubo un fin de semana en que no daba abasto para procesar los cuerpos de las personas que fallecieron por COVID-19, de edades mayores a los que hoy recibe.

 

“En 2020, el pico en la morgue fue en julio: en un solo fin de semana tuve 15 óbitos. Después, ese número bajó y se mantuvo constante hasta noviembre. Desde el mes pasado, recibo entre 3 y 4 fallecidos diarios por COVID-19, de edades más jóvenes que el año pasado. De todos modos, el número oscila constantemente: sube y baja. Hoy, tengo la heladera llena y un cuerpo afuera porque ya no hay lugar. No me da el tiempo para vaciar la morgue. En 2020, no tuve casos de personas menores de 40 años: ahora sí”, advirtió.

 

“El año pasado, estuve colaborando en un hospital de campaña donde vi gente joven internada con neumonía, pero no llegaban a morir. La gente joven no moría, ahora sí”, aseguró.

A pesar de usar ese mecanismo para evitar involucrarse en cada caso, confiesa que quedó profundamente conmovido cuando -inesperadamente- le tocó procesar el cuerpo de un compañero de trabajo, que no sabía que había fallecido.

 

“Tenía menos de 50 años, yo no sabía que había muerto y me avisaron unos minutos antes de que su cuerpo llegara a la morgue. Nunca me había pasado de tener que trabajar sobre el cuerpo de un amigo. Pude hacerlo porque conseguí dominar mi cabeza pero, después de mi jornada laboral, sentía que no podía estar solo”, afirmó. “Uno se prepara para muchas cosas, no para trabajar sobre el cuerpo de un compañero de trabajo/amigo. Fue el primero y espero que sea el último”, publicó en su cuenta de Twitter @AsensioGualter .

Walter reniega con aquellas personas que aún no toman conciencia de la importancia del correcto uso del barbijo, como aquellos que lo usan “como artículo decorativo” debajo la mandíbula, los que dejan la nariz al descubierto o los que sostienen infundadamente que su uso es nocivo porque “absorben su propio dióxido de carbono”.

 

“Si salgo de mi casa a las 8 y vuelvo a las 21, estoy 13 horas con el barbijo puesto. No entiendo a la gente que dice que se ahoga, que no lo tolera o que es nocivo. Solo me lo bajo para tomar agua y comer, pero cuando no hay nadie cerca. Nunca me lo saco para poder respirar mejor porque, justamente, hay que respirar dentro del barbijo”, advirtió.

 

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