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27 de Octubre de 2025
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27 de octubre de 2025

El auge de los vínculos entre humanos e inteligencias artificiales reavivó un debate ético y jurídico.
La Inteligencia Artificial (IA) ha trascendido su función de herramienta productiva para convertirse en un verdadero "asistente de compañía", generando un fenómeno que inquieta a psicólogos y juristas en todo el mundo. Abundan los testimonios de usuarios en plataformas como Reddit y TikTok que confiesan haber desarrollado sentimientos de apego, amor e incluso celos hacia los bots de IA, como ChatGPT o los personajes de MetaAI. Estos usuarios afirman que, aunque el interlocutor no sea una persona, la relación se siente "verdadera en muchos aspectos".
Según la psicóloga Violeta Laurenti, este fenómeno no es totalmente nuevo —la humanidad siempre proyectó emociones sobre objetos—, pero la diferencia radica en la disponibilidad permanente y la capacidad empática de los algoritmos. Chatbots diseñados para aprender del usuario y ofrecer una sensación de comprensión sin juicios se han transformado en una presencia constante. Laurenti señala que esto responde a "necesidades afectivas contemporáneas": en una "era de vínculos líquidos", una IA que nunca contradice y siempre está disponible se convierte, en cierto sentido, en la "pareja perfecta", aunque sea una ilusión y una manifestación de narcisismo contemporáneo, ya que la IA refleja lo mejor del propio usuario.
El debate sobre los límites de este vínculo escaló al ámbito legal con el caso de Ohio, Estados Unidos, donde se presentó un proyecto de ley que busca prohibir el matrimonio entre humanos y sistemas de inteligencia artificial. Aunque la ley reafirma una postura ya implícita en el sistema (las IA son entidades no sintientes), plantea una pregunta fundamental sobre el reconocimiento legal de estas tecnologías. El abogado y especialista en legaltech, Michel Tork, explicó que el proyecto es más una "reacción cultural" frente al miedo a perder el control sobre las creaciones tecnológicas, que una necesidad jurídica concreta.
Tork sostuvo que, en términos legales, prohibir el vínculo afectivo entre personas e IA sería considerado una "intromisión del Estado en la vida privada", citando el artículo 19 de la Constitución Nacional. Argumentó que, mientras la relación se mantenga en el ámbito privado y no perjudique a terceros, el Estado carece de legitimidad para interferir, equiparándolo a un vínculo afectivo con un objeto inanimado. No obstante, el debate real, según el especialista, pasa por definir la responsabilidad legal y los derechos de autor cuando la IA actúa de manera autónoma.
A pesar de que el vínculo privado se considere inofensivo desde lo jurídico, la psicóloga Laurenti advierte sobre los efectos psicológicos profundos que pueden surgir cuando la interacción con la IA reemplaza las relaciones humanas reales. El riesgo principal es el aislamiento social, manifestado en cambios de comportamiento o el encierro. Laurenti enfatizó que, aunque la emoción que despierta el "amor sintético" sea genuina para el usuario, el vínculo carece de la posibilidad de un "encuentro en términos de realidad"; es decir, la IA no puede ofrecer el apoyo físico ni la complejidad inherente a las relaciones humanas.
El fenómeno del apego a la IA refleja un deseo profundamente humano de ser comprendido. Mientras los parlamentos debaten los límites éticos y legales, millones de personas encuentran compañía en un algoritmo que responde con afecto programado. El desafío no es juzgar este nuevo tipo de amor, sino entender qué vacíos afectivos está llenando la tecnología, en un reflejo digital donde la comodidad sin conflicto puede volverse la trampa del aislamiento.