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POLITICA

10 de octubre de 2020

Cercado por la crisis, el gobierno de Alberto Fernández se aproxima a un punto de inflexión

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El gobierno de Alberto Fernández avanza hacia un punto de inflexión. Las fallas de coordinación, los anuncios que caen en saco roto, el agotamiento de eterno equilibrismo que busca satisfacer a todos y termina sin conformar plenamente a nadie, el desgaste ante la opinión pública, el debilitamiento de las variables económicas, la persistencia de la pandemia, una combinación de factores se atropella en busca de una salida.

El desenlace se convertirá en una mesa de examen definitoria para el liderazgo presidencial. Ahí es donde confluyen los problemas. Un referente de la coalición gobernante resumió el peligro que enfrenta el Gobierno como "la espiralización de la desconfianza". Hay indicadores que muestran que la línea curva ya inició su recorrido. El cepo reforzado al dólar sirve como dique a una devaluación sin control. Pero las grietas se siguen abriendo en el muro de la represa. La evidencia de las filtraciones son la flaqueza creciente de las reservas y el ensanchamiento de la brecha cambiaria que hoy marcó un nuevo récord.   La pandemia es inexorable. Pero los errores propios se confabulan para agravar sus efectos. En los almuerzos que agrupan a Alberto Fernández, Santiago Cafiero, Máximo Kirchner, Wado de Pedro y Sergio Massa, la llamada mesa de los martes, se abordó la necesidad de "empoderar" a Martín Guzmán. El momento finalmente llegó días atrás con los anuncios cambiarios. Pero el poder, como la capacidad de influir y lograr efectos, exige credibilidad. Y poco después de que Guzmán había anunciado medidas para convencer a los exportadores del beneficio de liquidar sus dólares antes que apostar a una devaluación, el Banco Central informó que iba a dejar deslizar el tipo de cambio a un ritmo diferente. La lectura fue inevitable: se aceleraría el ritmo de devaluación. Las desmentidas posteriores fueron tardías. El Banco Central había astillado la fortaleza de los anuncios de Guzmán.   "¡Yo lo echo, lo echo!", exclamó el fin de semana un integrante de la mesa de los martes. Se refería a la autoridad del Banco Central que había deslizado a la prensa la idea de modificar el sistema de deslizamiento del dólar. En la coalición gobernante se esparció el enojo hacia el vicepresidente del Banco Central, Sergio Woyecheszen, quien al día siguiente de los anuncios de Guzmán salió a subir el ánimo en radio La Red con la frase: "La gente que apuesta al peso, tus abuelos, mis viejos, nosotros, siempre perdió".   "Es una estudiantina", se lamentó un funcionario, al trazar un diagnóstico y apuntar a las mesas económicas donde las intenciones de Guzmán se diluyen en el debate parcelado. Todos opinan: las autoridades del Banco Central, Cecilia Todesca, Mercedes Marcó del Pont y finalmente, como tantas otras veces, aquello que "iba a ser una piña se transformó en una manito", compara el funcionario, con lucidez, sobre el impacto de los anuncios cambiarios.   La insatisfacción que bullía en privado en el Gobierno, Martín Redrado la expresó después públicamente: "El Banco Central no debe hablar del tipo de cambio del dólar", dijo por radio. El economista goza de la libertad de los expatriados para expresarse, a sabiendas de que Cristina Kirchner lo vetó para entrar al Gobierno.   El equipo económico debe explicarle ahora al FMI cómo la Argentina le pagará los 44 mil millones de dólares que adeuda. Mientras se controla el poder, siempre hay margen para reaccionar. Y en la Casa Rosada esperan anuncios para reforzar el puente de dólares que permita llegar a marzo, hasta la próxima cosecha gruesa. Se prepara la presentación del "plan gas", otras medidas para destrabar inversiones petroleras y un blanqueo acotado para el sector de la construcción. Los instrumentos están a la mano. Y la magnitud de la capacidad ociosa del sector privado puede potencialmente empujar una recuperación, aunque sea para volver a los niveles previos a la crisis. Pero el mayor adversario es el propio Gobierno, que demostró hasta ahora una capacidad inédita para diluir con marchas y contramarchas sus propios proyectos. De ahí el clamor interno en la coalición por un golpe de timón en el gabinete.   ¿El Presidente tiene la convicción de la necesidad de un giro en gestión? La respuesta llega desde muy cerca de Alberto Fernández, con aquel axioma de que "en política nadie se suicida" y el Presidente es también "un lector de encuestas". En el mundo de los sondeos, la tendencia se repite en todas las estimaciones, más allá de las diferencias en los números. La consultora Move, que lleva 15 años en la Argentina, realiza cortes quincenales de la imagen de los principales dirigentes. El mes pasado, la medición del presidente Alberto Fernández mostró un quiebre inédito desde el inicio del Gobierno: por primera vez la imagen negativa superó a la positiva.   Como consecuencia, de acuerdo al índice de la consultora Move, el saldo entre ambas mediciones se transformó por primera vez en negativo.   Pero la caída no se detuvo. En la última semana del mes, la imagen positiva descendió hasta el 44% y la negativa trepó al 55%. Como resultado, el saldo fue de -11%. Ese mismo resultado ofrecía un resultado positivo en marzo, de 58%, con una sideral imagen positiva de 76% y negativa de apenas 18%. De un superávit cercano al 60% a un déficit superior al 10. La magnitud de la caída.   En otoño, en la primera etapa de la cuarentena, el Presidente convocó a sus funcionarios y funcionarias de confianza a la quinta de Olivos para escuchar los números de las encuestas que le acercaban. Había entusiasmo. Fernández se encontraba por entonces en la cumbre del apoyo social.   "No hay que creérsela", aconsejó aquella vez el Presidente. Hizo bien. El problema es ahora encontrar el picaporte que abre la salida de la encerrona.   Los números de la consultora Move describen el septiembre negro presidencial con otras anécdotas. Por ejemplo, que en sus mediciones por primera vez Fernández equiparó su imagen negativa con la de Mauricio Macri. No alcanzó todavía la performance de Cristina Kirchner, que aún lo supera en rechazos. Pero se aproxima. Y la cercanía numérica del Presidente con su mentora excede la aritmética. Le resta capacidad de acción política por la debilidad implícita que implica la reducción del apoyo social. Cada promesa se vuelve más difícil de creer y la reconstrucción de las expectativas, más arduas.   Los números no son inamovibles. En la historia argentina existen casos de presidentes que se recuperaron desde el sótano. Carlos Menem es el ejemplo más directo. Alberto Fernández se enfrenta ahora a la disyuntiva. Tiene por delante un punto de inflexión o seguir transitando la pendiente.   Fuente: La Nación

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