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29 de agosto de 2022
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Los allanamientos llevados a cabo en las últimas semanas sacaron a la luz fotografías y documentos que vinculan a importantes personalidades de la década del 90 con una organización acusada de esclavitud sexual y explotación laboral.
La secta llamada Escuela de Yoga fue el epicentro de la moda en la década del 90. Emplazada en el corazón de Recoleta, recibía entre sus alumnos a ricos, famosos y poderosos por igual, que asistían cual fieles religiosos a escuchar los consejos del líder, al tiempo que participaban en fiestas y orgías que incluían a menores de edad.
El líder, “el maestro” de la secta Escuela de Yoga era Juan Percowicz, tiene 84 años y fue detenido tarde. Demasiado tarde. Llegó a la comisaría acompañado de un bastón, dejando atrás décadas de turbulentas actividades oscuras. Fue investigado por la Justicia por primera vez allá por 1993, pero amparado en sus poderosas influencias, que incluían, por ejemplo, al ex presidente norteamericano Bill Clinton, supo escapar del tan temido encierro.
Percowicz les aseguraba a sus seguidores ser un ángel con la misión de salvar a la tierra. Para ello, debía crear otros mil ángeles. Los ángeles eran sus seguidores, quienes recibían tareas de arte, literatura y filosofía para “crecer, evolucionar y llegar a ser quienes salven al mundo”.
El centro de yoga era la fachada. Por dentro, una aceitada organización captaba familias enteras y las sometía a explotación sexual y laboral. El principal denunciante en la causa, Pablo Salum, es justamente el primer niño en transformarse en víctima y cautivo de la organización.
“Cuando llegué junto a mi familia, sólo había cuatro personas. Tiempo después éramos casi mil”, asegura Salum, demostrando el crecimiento exponencial de la peligrosa secta. Su madre se había acercado a la organización por un grave problema de salud. “Estaba en un momento muy delicado e influenciable”, asegura.
La secta tenía una escala jerárquica: primero eran alumnos y luego iban ascendiendo del número 4 al 7. “Cada número tenía una valoración y era muy difícil de lograr”, explicó Salum, en un crudo relato a través de sus redes sociales, que logró el inmediato apoyo de miles de personas.
Las “reuniones filosóficas”, como las llamaba Percowicz, comenzaron en departamentos privados, pero poco tiempo después llegaron a comprar su propio café bar que auspiciaba la sede en Las Heras y Pueyrredón, en pleno Recoleta. Fue entonces que las tareas se fueron tornando más siniestras. Hombres, mujeres y niños debían soportar castigos físicos, mentales y sexuales para progresar en la jerarquía.
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