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SOCIEDAD

16 de febrero de 2021

Entre la indiferencia y el silencio: el cuestionamiento al rol de los varones que despiertan los femicidios

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En lo que va de 2021, 48 mujeres fueron víctimas de femicidio en Argentina. Hay más mujeres muertas que días del año. ¿Cuánta responsabilidad tienen los varones? ¿Cómo desarmar lazos de complicidad machista? ¿Se pueden construir otras maneras de masculinidad que no estén ligadas a la violencia?

El lunes 8 de febrero el policía de la Bonaerense Matías Ezequiel Martínez degolló y apuñaló a su ex pareja Úrsula Bahillo en la localidad de Rojas. El femicidio generó una enorme conmoción social. Úrsula tenía miedo, se sentía amenazada, se había imaginado a sí misma muerta y por eso pidió ayuda y denunció la violencia en más de una oportunidad. Pero todo falló.

Consultado por los medios, el presidente Alberto Fernández opinó sobre este crimen por razones de género: “Tremendo. Eso hay que terminarlo de una vez por todas en Argentina. Hay que ser inflexibles con los autores”. Pero ¿cuántos son los responsables de que el cuerpo de una joven de 18 años termine atravesado por quince cuchilladas? ¿Cuánto hacia atrás debemos revisar la cadena de mando para dar con quienes, de alguna forma, ofrecieron la venia para que un varón que amontonaba denuncias pudiera seguir avanzando en su escalada de violencia machista?

Claro que hace falta investigar por qué fallaron las medidas de protección, la restricción de acercamiento, por qué nunca llegó el botón antipánico y se desestimaron las denuncias formales recontra ampliadas. Claro que hace falta ir tras la modorra dolosa de la Comisaría de la Mujer, la Ayudantía Fiscal, juzgado de Paz, Municipio, UFIs, y ocuparse de allanar el tedioso laberinto burocrático estatal. Igual, no alcanza. Porque a Úrsula también la mataron otros varones sin cargos políticos ni placas policiales. Varones constituidos en tanto “varones” que sostuvieron al violento en su cofradía. Que no lo señalaron, ni lo expulsaron o condenaron. Que lo dejaron ser… y hacer.

Encerrado el perro, no se acaba la rabia

“Todas tenemos una amiga violentada, ninguno un amigo violento”, circula con tirria en las redes sociales. Es que la cuenta no cierra: 48 mujeres fueron víctimas de femicidio en Argentina en lo que va de 2021, de acuerdo al registro del Observatorio Lucía Pérez. Es decir, más mujeres muertas que días del año. Sin embargo, los violentos parecen ser otros, seres ajenos a cualquier socialización, loquitos extremos que de pronto se descarriaron hacia el mal y del que, entonces, no es justo hacerse cargo.

“Ustedes tampoco se ponen en nuestro lugar. Hay muchos que no saldríamos a lastimar mujeres”, “No somos todos iguales”, “No nos metan en la misma bolsa” repite la perorata varonil con el único propósito de ubicarse a la defensiva o absolutamente por fuera de las prácticas violentas de una masculinidad rancia que urge revisar. ¿Cuántos Matías Ezequiel Martínez juegan el partidito de los viernes a la noche? ¿Cuántos Matías Ezequiel Martínez se anotan para la cerveza del after office? ¿Cuántos Matías Ezequiel Martínez integran grupos de WhatsApp? ¿Es lo mismo asesinar a una ex novia con una cuchilla de carnicero que dar un sopapo o una mala contestación? ¿Cuenta horrorizarse frente a un femicidio pero tolerar con la indiferencia otras prácticas machistas violentas?

Para Ignacio Rodríguez, psicólogo e integrante del Instituto de Masculinidades y Cambio Social (MasCS), lo uno no debería quita lo otro: “Es válido que como varones podamos señalar femicidios como aborrecibles o nefastos, el tema es que ese señalamiento no implique una desidentificación o borramiento de nuestra responsabilidad comunitaria en sostener determinadas violencias. Seguro que no es fácil identificarse con esa otredad indeseable y siniestra, porque nos devuelve una imagen de nosotros mismos insoportable. Sin embargo no es un caso aislado, es un emergente social que necesitamos interpelar desde cómo sostenemos el poder y la desigualdad en nuestras prácticas cotidianas”.

Rodríguez propone una reversión de “bancar la parada”: “No se trata de cruzarse rápidamente de vereda para apuntar con el dedo, sino de quedarse para revisar en qué medida reproducimos y sostenemos un sistema de desigualdad disponiendo del tiempo y del cuerpo de la mujer para nuestros propios deseos e intereses”.

En línea desarrollan desde el Instituto MasCS en el cuadernillo Varones y masculinidad(es). Herramientas pedagógicas para facilitar talleres con adolescentes y jóvenes, publicado con apoyo del Fondo de Población de las Naciones Unidas Argentina: “Es obvio que los varones son diferentes entre sí, lo importante es asumir y transmitir que no existe una posición neutra que nos haga ‘simplemente personas’, sino que lo que somos, cómo nos movemos, actuamos, pensamos y vivimos está atravesado por las estructuras de poder que nos ubican de manera diferencial de un lado u otro del vector de poder, y esto transciende las trayectorias individuales (…) Todos los varones fueron, son y serán socializados en los discursos normativos de la masculinidad”.

La vida como en un vestuario

La masculinidad no tiene que ver con la biología o la genitalidad. Tampoco es un traje que viene de fábrica listo para que vistan los sujetos machos de la especie humana. En Varones y masculinidad(es)… se define la masculinidad en singular como un mandato, un conjunto de normas, de prácticas y de discursos que, de ser asumidos de forma más o menos exitosa, asignan a los varones cisgénero -aquellos que se identifican con el género asignado al nacer- y, sobre todo, heterosexuales una posición social privilegiada respecto de otras identidades de género.

Entre las características que destacan surge que la masculinidad se practica, demuestra, reconoce y consolida en los grupos de pares. Es decir, los varones viven bajo el atento escrutinio de otros varones. Se muestran y representan como varones frente a otros varones, y es precisamente allí donde se avalan y reproducen muchas de las prácticas más nocivas para ellos y para quienes se relacionan con ellos.

Según el mismo documento, la violencia encima aparece como una de las formas destacadas de validación de la masculinidad normativa y la complicidad machista como uno de los mecanismos más comunes para evitar su cuestionamiento. Vale así preguntarse: ¿se pueden construir otras maneras de habitar la masculinidad que no estén ligadas a la violencia? ¿Cómo formatear el disco duro del “ser varón”?

“Hay un discurso políticamente correcto adoptado por los varones en público pero luego en ámbitos privados se producen acciones de silencio, complicidad o de cierta reproducción del machismo. La lucha también debe ser llevada a esos lugares de socialización entre varones donde se ofrecen las mayores resistencias, poder cuestionar en los grupos de pares a fin de desarmar los mandatos y privilegios. Disputar ahí el sentido construido y las lógicas de poder del patriarcado para que no haya más femicidios”, propone Esteban Vaccher, representante del Espacio de Psicoeducación en Conductas Violentas (EPeCoVi) dirigido a hombres de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires.

En sintonía se ubica María del Valle Aguilar, directora nacional de Políticas de Prevención de las Violencias por Razones de Género del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidades: “La opresión de género y las manifestaciones de violencias operan en todos los ámbitos de la vida social. No hablamos solo de las situaciones más críticas. Hay formas de violencias que no son percibidas como tales; cuando se habla de violencias invisibles, violencia simbólica y psicológica principalmente. Es necesario que los varones comiencen a visibilizar las prácticas y discursos que implican un ejercicio de violencia de género, que reproducen a diario y que legitiman vínculos jerárquicos y desiguales, para comenzar a transformarlos”.

Y remata: “En la medida en que los varones no asuman el compromiso y la responsabilidad que tienen en el sostenimiento de este sistema patriarcal que genera opresión, desigualdad y sometimiento será muy difícil -diríamos, imposible- erradicar la violencia por motivos de género (…) Finalmente, los varones tienen mucho para ganar sacándose el peso enorme que el patriarcado representa, y posibilitando la construcción de vidas y vínculos más libres e igualitarios”.

Macaneadores seriales

“Me mandé una macana”, fue la frase que eligió Matías Ezequiel Martínez para contarle a su tío materno que acababa de apuñalar a Úrsula Bahillo al menos quince veces. Pero lo que parece demasiado, no es todo.

“Me mandé una macana con Micaela. Nos vamos a Gualeguaychú”, escribió por SMS Brian Alberto Garay después de aplastarle el cráneo a su novia. “Me mandé una macana”, llegó a decir Francisco Reinoso después de balear a su ex pareja en plena calle. “Negra, venite urgente porque me mandé una macana”, fue el texto que le envió a su hermana Sandro Vidaurre antes de entregarse por el asesinato de su ex pareja. También a su hermana fue a llorarle “Me mandé una macana” Hugo Daniel Blanco tras golpear hasta la muerte a su ex pareja y a su hija. “Tío, me mandé una macana”, avisó Miguel Damián Ortiz: había matado a su novia y escondido el cuerpo en una heladera. No son excepciones. El horror se repite como eslogan.

En diálogo con Infobae, la psicoanalista especialista en género Débora Tajer pone el foco en esta manía de acudir a un argentinismo para bajarle el precio a lo macabro: “Lo que les preocupa es el efecto de lo que hicieron. ‘Me mandé una macana porque ahora me van a meter en cana’ o ‘porque ahora voy a quedar escrachado’. Pasan el límite de lo que venían haciendo y el problema es lo punitivo. Si no hubiera punición no habría macana. Por eso es tan importante que los femicidios tengan castigo. Lo que no quiere decir que solamente se trate de cárcel, porque no vamos a prevenir este delito encerrando al asesino de Úrsula”.

Para Tajer, lo que está por detrás es la producción de subjetividades de la impunidad: “Hay que cambiar la cultura de la impunidad masculina en nuestra sociedad. En realidad, las impunidades de las subjetividades de privilegio en general, donde se ubican las masculinidades aunque no solamente, porque los privilegios son asimismo de clases por ejemplo”.

Cuidado: policías sueltos

Capítulo aparte merecen los femicidios policiales. Según el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), entre 2010 y 2020 al menos 48 mujeres fueron asesinadas, solo en el AMBA, por sus parejas o exparejas policías; 17 eran funcionarias de seguridad. Y en lo que va del año hubo tres crímenes por razones de género cometidos por agentes entrenados por el Estado. ¿Cómo se constituye la subjetividad policial en relación a la masculinidad y al ejercicio de las fuerzas de poder?

Juliana Miranda reflexiona a partir de su experiencia como investigadora del equipo seguridad democrática y violencia institucional del CELS: “La subordinación, la jerarquía y el ejercicio de la violencia están muy en el centro de la prerrogativa de las fuerzas y hacen a un sujeto policial masculinizado. Sujeto policial que encarna estos valores institucionales que se expresan en la formación, en cómo se sociabilizan los que ingresan y en prácticas que se reproducen a lo largo de toda la vida institucional. Por otro lado, las policías en particular heredan una lógica castrense de intervenir sobre un enemigo, por eso tienen modos violentos de actuar y de responder a los conflictos”.

Así las cosas, el combo resulta insoportable: varones violentos, hijos sanos de una cultura patriarcal que los privilegia y cobija, entre los que se distinguen aquellos seteados para violentar de manera profesional y habilitados a portar armas. Para colmo, como auxiliares de la justicia, las policías controlan los primeros momentos de la escena de cualquier delito, lo que muchas veces significa falsear relatos y generar una “verdad policial”.

Para María del Valle Aguilar es menester rosquear políticas públicas particulares para trabajar la violencia machista en y con las fuerzas de seguridad: “Sería importante que las policías provinciales cuenten con una línea específica para denunciar a los varones que ejercen violencia dentro de las fuerzas, tal como la que existe en el Ministerio de Seguridad de la Nación para las fuerzas federales. Por otra parte, que tengan políticas claras en cuanto a la posibilidad de prohibir la portación y tenencia de armas por parte del personal policial que se encuentre involucrado en situaciones de violencia de género. A su vez, trabajar en la deconstrucción de las masculinidades y en la formación de un equipo especializado que intervenga ante los casos de violencia por motivos de género”.

Miranda suma una ruta: “Intervenciones en sus carreras de estudio, en la cultura institucional y capacitación continua para transformar patrones de conducta, de actuación, que calan súper hondo en las fuerzas. Reformas profundas y transversales. Y en cuanto al sistema político, se requieren respuestas institucionales. Específicamente, esta violencia que perpetran las fuerzas de seguridad no se ha abordado todavía en forma eficaz y duradera. Creo que hace falta reforzar las capacidades de control -que tiene que ser de organismos civiles que dependan del Poder Judicial o de los propios ministerios de seguridad- y apuntar a detectar nodos problemáticos y regularidades a través de la producción de información estadística y cualitativa”.

El femicidio de Úrsula Bahillo duele. Ahoga la impotencia de un final tan evitable como previsible. Pero a poco más de una semana, y con el espanto todavía atragantado, ya contamos otras tres mujeres asesinadas: Florencia Figueroa, Vanesa Carreño y Rosita Marina Patagua. Las tres, apuñaladas. Hartas de contar muertas. Esto tiene que parar. Varones: la pelota también está en su cancha.

Fuente: infobae

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