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CULTURA POPULAR
16 de febrero de 2021
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Una de las festividades más persistentes en la preservación de símbolos y costumbres es el Carnaval, cuyas raíces se remontan a la Eda Media
Hubo un tiempo en que los rituales comunitarios tenían un sentido preciso y una referencia evidente. Se trataba, en general, de ceremonias ligadas a los ciclos de la naturaleza o a cuestiones religiosas. Con el paso de los años, se hizo frecuente que el ritual persista y la razón originaria se fuera diluyendo.
En este sentido, una de las festividades más persistentes en la preservación de símbolos y costumbres es el Carnaval.
Si se trata de buscar el origen remoto de esta fiesta, suele hacerse referencia a las Saturnales romanas, celebración madre de cualquier desenfreno. Pero en esa mezcla adúltera de tradiciones culturales, arbitrariedades e imperialismo que llamamos Occidente, las raíces carnavalescas deben rastrearse en la Edad Media.
El motivo es siempre el mismo: la progresiva organización del ritual se debe a los denodados esfuerzos de la Santa Madre Iglesia por darle a las ancestrales celebraciones paganas algún vínculo con la tradición cristiana.
En el caso del Carnaval, toda la cuestión está indisolublemente ligada al tema de la carne. Y no hablamos exclusivamente en términos alimentarios...
Empezando por la etimología, la voz carnaval deriva del italiano carnevale o carnelevare que podría traducirse como“quitar la carne” en referencia a la prohibición del consumocárnico durante el período de la cuaresma cristiana, ese lapso de cuarenta días que va desde el miércoles de ceniza a la Pascua de Resurrección. En términos confianzudos y locales, este es el período que aquí llamamos Semana Santa.
En cualquier caso, la idea central es que, en vísperas de las privaciones de la Cuaresma, un segmento cuya duraciónha oscilado entre tres días y varias semanas, los fieles tienen permitido atiborrarse de proteínas animales y, ya que estamos, zambullirse en todo tipo de desmadre.
En términos precristianos, la tradición de los banquetes tenía un significado mágico: se trataba de agotar las provisiones acumuladas para el invierno y propiciar así la fertilidad y abundancia futuras. Esta festividad del ciclo invernal operaba también como una válvula de escape a la rígida división en las jerarquías sociales, las restricciones de la sexualidad y el respeto del orden y las buenas costumbres.
En algunas culturas, la fiesta se centraba en una alegórica batalla entre Doña Cuaresma y Don Carnal, combate ricamente narrado por el Arcipreste de Hita en "El Libro de Buen Amor".
A partir de esta base, las referencias y relaciones se cruzan y superponen en una diversidad lisérgica que desembocará en los rituales carnavalescos que, con numerosas variantes, todavía se practican.
Las comilonas, los osos y las almas malolientes
En la gastronomía carnavalesca el gran protagonista es el cerdo, en todas las variantes imaginables. A la carne asada, los embutidos, el tocino, los pies de puerco y la lengua se le sumaban los huevos y las tortas de queso, la butifarra, las tortillas de leche, sangre de cerdo y harina, la cuajada y otras delicias. También se consumían como obligada guarnición, cantidades industriales de habichuelas, porotos y garbanzos.
Esta dieta –y sus previsibles consecuencias digestivas– se entrelaza de una curiosa manera con historias de profunda trascendencia mística.
El 2 de febrero, la vigilia de San Blas, estaba caracterizada por ser la fecha establecida parael fin de la hibernación de los osos. Según marcaba la tradición, ese día los osos abandonaban las cavernas en las que había transcurrido su letargo. Esas cuevas se suponían conectadas al mundo de los difuntos, cuyas almas se acumulaban en el vientre de la bestia. Al salir a la superficie,el oso no sólo se desperezaba: también liberaba de ruidosa manera las ánimas amontonadas en su panza. Si bien es cierto que muchos documentales dan cuenta de este sonoro despertar, no hay mayores certezas de que las emisiones del animal tengan alguna relación con los espíritus.
En cualquier caso, la tradición permanece hasta la actualidad y los disfraces de oso suelen ser acompañados por vejigas axilares para apuntalar las eventuales deficiencias musicales del disfrazado.
Muy cerca del oso, otra criatura destacada en los rituales carnavalescos era el asno, que con frecuencia encabezaba las caravanas farsescas. Pero en distintas latitudes se ejercía violencia sobre otras especies.
Hay que destacar que a partir del siglo XI, el renacimiento urbano que ocurrió en Europa, contribuyó a fomentar el carácter público de las festividades carnavalescas.
En Venecia, en plena Plaza San Marcos, se armaba un corral rodeado de graderías y se procedía a una suelta de toros y cerdos que eran acosados y perseguidos por perros.
Cuando se los veía agotados, un miembro de la corporación de carniceros procedía a decapitarlos. En Florencia, con mayor glamour y elegancia, se organizaba una justa de caballeros en la Plaza de la Santa Cruz.
En muchas ciudades, la ocasión se aprovechaba para dirimir pleitos entre distintas barriadas que después de arrojarse desperdicios o aguas servidas terminaban enfrentándose a pedradas o bastonazos. Las murgas distritales de Buenos Aires bien pueden ser una descendencia moderada de esta práctica.
Otro rubro de añeja tradición era el desfile de los locos.El atuendo básico de los participantes era el gorro de cascabeles y el bastón de los bufones. Estos grupos solían hacer alardes obscenos y a través de juegos de palabras no especialmente sutiles, describían distintas debilidades humanas y denunciaban las iniquidades de la sociedad. Estas escenas se sumaban a la desacostumbrada mezcla de los miembros de distintas clases sociales en las calles de las ciudades, generando un clima que, a medida que aumentaba el tenor de las críticas, iba generando un ambiente de caos que nunca satisfizo demasiado a los poderes constituidos.
Eso provocó las numerosas prohibiciones que sufrió el festejo a lo largo de la historia. No obstante, una y otra vez el Carnaval se las arregló para volver.
El Rey Momo, precursor de los memes
Un personaje protagónico de esta celebración era Momo, rey o dios según las distintas mitologías. Pese a su decadencia, el personaje conserva el prestigio de sus biógrafos
Para los griegos, Momo personificaba el sarcasmo, las burlas y el ejercicio de la ironía. Hesíodo y Luciano de Samosata nos cuentan que a tal punto se puso pesado el bromista, que los dioses terminaron dándole salida del Olimpo. Otras plumas ilustres como Baltazar Gracián y Laurence Sterne recuperan a Momo cuya figura sobrevive enalgunos carnavales en los que un muñeco alegórico es inmolado en una hoguera como cierre del festejo.
La licencia para las bromas pesadas y los comentarios insultantes, estaba en línea con la relajación de las pertenencias de clase y la liberación de los instintos primitivosen democráticas orgías de todos contra todos.
Esto explica la necesidad de sofisticadas máscaras y disfraces que impidieran a los libertinos el uso de la memoriapara reconocer a los cómplices de la juerga. El transcurrir del tiempo demostró que, llegado el caso, basta con la mentira y el cinismo.
En lo que a máscaras se refiere, la síntesis del concepto seencarna en el antifaz, una suerte de barbijo de la parte de arriba del rostro. Permítaseme desconfiar de la eficacia de este adminículo en términos prácticos. Desde el Zorro a lasTortugas Ninja junto a superhéroes y supervillanos, sólo la desidia o complicidad de las autoridades y la complacencia distraída de los niños de corta edad, explica que la identidad velada por el antifaz no sea descubierta inmediatamente.
El accesorio en cuestión ha alcanzado en algunos ámbitos verdaderas cumbres del lujo y el glamour. Pero la clandestinidad, convengamos, es cosa de otros barrios.
Un refugio antiglobal
Si bien es cierto que prácticas como el uso de disfraces o el lanzamiento de serpentinas y el berretín de mojar al prójimo son comunes a los carnavales de distintas latitudes, algunos sitios han convertido el festejo en un rasgo de identidad tan fuerte que su singularidad resiste los intentos unificadores de la globalización.
Entre las sedes más célebres se destaca el carnaval de Río de Janeiro, capaz de convocar a seis millones de asistentes. No todos ellos acceden al faraónico sambódromo diseñado por Oscar Niemeyer por el cual desfilan carrozas monumentales y ejércitos de bailarines luciendo atuendos tan elaborados como reveladores de los cuerpos que los lucen.
La ciudad toda se convierte en un hormiguero desenfrenado que envuelve al visitante para sumarlo a esa masa jacarandosa donde se diluyen las identidades y los prejuicios.
Para quien decida acercarse a este tipo de eventos sin ser local, resulta aconsejable abandonar la condición de observador ajeno a la fiesta. No es fácil disfrutar de la alegría circundante si uno se sumerge en la multitud con aire de antropólogo. También es cierto que una inmersión excesiva impide que al día siguiente el turista no consiga reconstruir el segmento central de la velada. Según los casos, esa amnesia puede ser toda una bendición.
Con riesgos menores se puede abordar la sofisticación de las calles venecianas, aunque el espíritu carnavalesco esté más vivo en las esplendorosas fiestas de los hoteles y los palacetes.
El carnaval del altiplano es una variante atractiva para compartir de manera más calma los rituales populares.
En cuanto a los carnavales porteños, se cumple la norma de un pasado áureo y una progresiva decadencia pese a los esfuerzos de agrupaciones barriales, sociedades de fomento y hasta del gobierno municipal. En este sentido debe decirse que las iniciativas oficiales para fogonear festejos populares nunca son del todo exitosas. La idea de regular el desorden es una contradicción en sí misma.
Los feriados de Carnaval en la Argentina fueron suprimidos en 1976 y recuperados en 2011. Muchas de las murgas barriales han conservado sus nombres históricos y cada año se intenta resucitar el espíritu festivo de los corsos. El resultado es desparejo. Para quien quiera tener un flash de los Carnavales clásicos en Buenos Aires, la mejor receta es escuchar con atención los numerosos tangos dedicados al tema. Especialmente “Siga el corso”, con una prolija enumeración de disfraces, rituales y aires callejeros sin dejar afuera esa rendija melancólica que siempre acecha en loscallejones laterales.
En los días que corren, cuando los fijadores de precios de la carne son más eficaces que la Iglesia para estimular el ayuno de la Cuaresma, habría que repensar también nuevos perfiles para el desmadre, dado que las viejas transgresiones han pasado a ser prácticas cotidianas y eso mina el espíritu liberador de la fiesta.
Si, como afirma el tango, “detrás de tu desvío todo el año es Carnaval” es un esfuerzo vano distinguir cuál es el orden del disfraz y cuál el de la colección primavera–verano.
Finalmente, sería un gesto virtuoso que muchos descartaran para siempre los viejos y raídos antifaces. Una vez más: ¡se nota mucho!
Fuente: télam