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26/05/2025

“Tengo VIH, ¿cuál es el problema?”: un diagnóstico a los 50 años, la discriminación laboral y una ley que cambió su destino

Fuente: telam

Después de hacer el test, Mario Buarotti pasó cinco años en silencio. No se trató, no lo contó, sintió miedo, culpa y vergüenza. Hoy, a los 63, está jubilado y milita por los derechos de quienes, como él, aún enfrentan el estigma social que arrastra el virus. En esta entrevista reivindica la importancia de aceptarse y hablar abiertamente sobre el VIH y su orientación sexual

>Cuando le dijeron que tenía VIH, Mario Buarotti (63) no se sorprendió, pero tampoco supo qué hacer. “La forma en que me lo comunicaron me nubló por completo. ‘¿Y cómo fue? ¿Por relaciones homosexuales o por jeringas?’, me preguntó el médico. Yo, que tenía casi 50 y todavía no aceptaba mi bisexualidad, me sentí atacado. Con el tiempo entendí que fue una mezcla de falta de empatía y estigma, como si tener VIH fuera solo cosa de gays o drogadictos”, le cuenta a Infobae.

Con el tiempo, su cuerpo empezó a dar algunas señales. La más evidente fue el descenso abrupto de peso. “Había perdido 20 kilos. Cuando fui a hacerme ver, ya estaba casi en etapa de SIDA”, explica en referencia a la fase más avanzada del VIH. “Este virus ataca y debilita el sistema inmunológico, específicamente las células CD4. Para que te des una idea: Después de una internación de 15 días, Mario recibió el alta. Fue el 6 de junio de 2014 y ahí empezó su segunda vida, como él la llama. Una vida donde pudo, de a poco, comenzar a hablar del VIH, de su orientación sexual, y de todo lo que había callado hasta entonces.

Mario es del barrio porteño de Villa Urquiza y le gusta cantar. Estudió y se graduó como periodista deportivo; pero durante toda su vida se dedicó a vender electrodomésticos, tanto en grandes cadenas como en forma particular. Soltero, sin hijos, aunque siempre estuvo en pareja con mujeres, desde los 18 años empezó a vincularse sexualmente con varones. “Lo hacía con una culpa terrible porque era lo prohibido”, recuerda.

Días más tarde, los análisis de sangre confirmaron su sospecha: tenía VIH. “Tuve suerte de que no me lo transmitieran antes”, admite. Aunque todavía persiste la idea de que este virus afecta sobre todo a jóvenes o a ciertos grupos específicos, los diagnósticos en varones de entre 45 y 54 años no solo se mantienen, sino que han aumentado. Según el último boletín epidemiológico nacional, publicado en diciembre de 2024, el 56,9% recibe el resultado en forma tardía, muchas veces sin haber tenido síntomas claros antes.

Mario no llegó a tener síntomas. La detección, en su caso, fue temprana. Pero no quiso tratarse. Durante cinco años no tomó medicación, no habló del tema, no buscó ayuda. Cuando finalmente se animó a hacerlo, su sistema inmunológico ya estaba comprometido. Igual, salió adelante.

Con casi 50 años y recién diagnosticado, Mario enfrentó otro desafío: conseguir empleo. A fines de 2011, gracias a una recomendación, lo entrevistaron para un puesto de vendedor en una multinacional. “Hice el preocupacional y me solicitaron un test de VIH. Me quería morir. Firmé un consentimiento sabiendo que iba a dar positivo y con terror a que no me contrataran”, recuerda.

Aunque en aquel momento no estaba regulado, en la actualidad ese tipo de prácticas están expresamente prohibidas por ley. La Durante años, trabajó sin mencionar el tema, hasta que en 2014, decidió blanquearlo con Recursos Humanos después de su internación. “Recuerdo que me llamó la directora: para mí pensó que me iba a morir. Noté mucha ignorancia de parte suya. Además, se lo contó a mis jefes y a mis gerentes. No tenían por qué saberlo. Ningún trabajador o trabajadora con VIH supone un riesgo para sus compañeros. Pero bueno... eran otros tiempos”, afirma.

Con el tiempo, sus hermanas también terminaron sabiéndolo. La mayor, incluso, antes de que él decidiera contárselo. “Mientras estuve internado, allá por 2014, la historia clínica que colgaba al pie de mi cama decía que tenía VIH”, cuenta. “Me enteré muchos años después. Lamento que en la clínica no hayan respetado la confidencialidad”, agrega.

A fines de 2020, la cadena donde trabajaba Mario se fue del país y se quedó sin empleo. Para ese momento tenía casi 60 años y el contexto social y económico de la Argentina —post pandemia— era otro. “Durante meses mandé currículums a todos lados. Incluso fui uno por uno por los negocios del barrio. Conseguí una sola entrevista: era para hacer guardias inmobiliarias en la zona. Jamás me llamaron”, cuenta.

La soledad, que ya lo había acompañado en los años de silencio posteriores al diagnóstico, volvió a hacerse presente. Durante mucho tiempo, su única contención fueron su terapeuta y las médicas que lo acompañaron en el tratamiento: Cecilia Santamaría, primero; y Cecilia Niccodemi, después. “La última vez que la vi a la doctora Niccodemi me dijo: ‘Vos ya no sos un paciente, sos un amigo’. Lo cuento y me emociono”, dice.

Tanto fue así que, en 2022, estuvo dentro del Congreso cuando la Cámara de Diputados votó la media sanción de la Ley 27.675. “No fui por política, sino por una cuestión humana. Todavía hoy, 40 años después del pico de la llamada ‘peste rosa’, nos siguen discriminando a quienes tenemos VIH”, afirma.

En 2015, un año después de empezar el tratamiento, Mario supo que su carga viral era indetectable, y por lo tanto, intransmisible. “Fue un alivio enorme”, recuerda. Desde entonces, su salud se mantiene estable. “Hoy, vivir con VIH implica tomar un comprimido por día. Cuando empecé, eran cuatro”, dice.

Encontrar pareja —admite— siempre fue una traba: con VIH o sin él. Hoy sigue solo, pero no se siente así: “La soledad ya no me angustia para nada. Aprendí a llevarla, a disfrutarla. Antes me atormentaba, porque vivía encerrado, sin decir nada, ni poder hablar”.

Antes de despedirse, Mario pide dejar un mensaje: “La muerte ocurre una sola vez. El VIH es crónico y punto. Lo importante es tratarse y poder decirlo. Yo no lo hice durante mucho tiempo y me hizo muy mal. Por suerte existen espacios, como Ciclo, donde uno encuentra contención. Entender que no estás solo puede cambiarlo todo”.

Fuente: telam

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