Sabado
22 de Marzo de 2025
2 de marzo de 2025
Ale Flores desapareció en Córdoba en 1991 cuando iba a la casa de su tía para ver la televisión. Dos policías lo atropellaron ese mismo día, pero su cuerpo recién apareció en 2008 con la causa ya prescripta. El dolor de una madre que nunca bajó los brazos.
Los policías Gustavo Javier Funes y Mario Luis Gaumet lo atropellaron con el patrullero poco después de que Ale saliera de su casa, pero se encargaron de ocultar el cuerpo durante 17 años, hasta que prescribió la causa por el paso del tiempo. Nunca fueron imputados y no pasaron ni un minuto detenidos.
El dolor, la bronca y la impotencia se mezclan en la voz de Rosa Arias, la madre de Ale, a días de cumplirse el aniversario número 34 del caso. “La Justicia juzga a la familia en lugar de investigar”, lamentó la mujer, en diálogo.
Y agregó: “Me juzgaban a mí porque era pobre, porque no tenía luz... en lugar de ayudarme me juzgaban. Y yo misma me culpaba por no haber podido darle algo bueno a mi hijo”.
Sola con su desesperación, Rosa buscó fuerzas en la Fe y en sus otras dos hijas para seguir adelante contra todos los obstáculos que le pusieron en el camino. “Hasta que lo encontré, seguía pensando que Ale estaba vivo. Ahora lo único que quiero es que mi hijo descanse en paz”, manifestó.
Aquel 16 de marzo Rosa estaba amamantando a su beba de cuatro meses cuando Ale le pidió permiso para ir a lo de su tía porque quería ver los dibujitos en la televisión. Eran cerca de las 5 de la tarde y entre una casa y otra había poco más de cincuenta metros de distancia.
Todavía no había pasado una hora desde que vio a su hijo alejarse caminando rumbo a lo de su pariente cuando se largó la tormenta. “Sentí un dolor en el pecho en ese momento, como que algo le había pasado.... y me fui a buscarlo”, recordó ahora la madre de Ale.
El mal presentimiento creció cuando llegó a la casa de la tía del nene y le dijeron que no lo habían visto. “Me fijé abajo de la cama, adentro del placard, me puse a buscarlo como una loca”, siguió Rosa con su relato.
Pero Ale no estaba, entonces de ahí fue hasta donde vivía la abuela del menor para ver si estaba con ella, y como tampoco lo encontró se puso a recorrer las calles gritando su nombre. El chico no aparecía y algunos vecinos al verla pasar se fueron sumando espontáneamente a la búsqueda. Aunque hizo la denuncia por la desaparición en la comisaría, medio centenar de personas del barrio fueron las que buscaron con ella a Alejandro toda la noche. Incluso, se las ingeniaron para explorar el cauce del río con la batería de un camión y unas luces cubiertas con nailon.
“No me acuerdo cuántos kilómetros caminé buscando a mi hijo con una foto de él”, manifestó Rosa sobre aquellas primeras horas de incertidumbre y urgencia. En ningún momento la policía le brindó colaboración. Sin embargo, resaltó: “Me interrogaron a mí como si yo lo hubiera matado”.
Los días se hicieron meses y después se convirtieron en años, pero Rosa no bajó los brazos. Recorrió orfanatos, reformatorios, hospitales, medios de comunicación, hizo todo lo que pudo y hasta lo imposible también para encontrar a su hijo, pero parecía que se lo había tragado la tierra.
“Me mandaban mensajes anónimos todo el tiempo”, contó la mujer, que siguió todas y cada una de las pistas. “Me dijeron que lo habían vendido a los gitanos, que se lo habían llevado en una camioneta roja”, apuntó. Pero esa versión, como tantas otras, llevó al mismo callejón sin salida y sin rastros de Ale.