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HISTORIAS

16 de abril de 2022

Catalino Domínguez, asesino y fugitivo serial: infidelidad, venganza y un raid criminal

Tras un frenesí de muertes entre 1944 y 1948 en la provincia de Buenos Aires, murió acribillado en un enfrentamiento a tiros contra siete policías.

La historia de Juan Catalino Domínguez es la de un ladrón de poca monta que empezó a matar en 1944, después de haber encontrado a su esposa en la cama con un amigo suyo al que le había dado alojamiento porque atravesaba una mala racha económica.

Así, en un período de no más de cuatro años el hombre vivió solo para buscar venganza: mató a ocho personas, se escapó dos veces de la Policía y su raid terminó tan intempestivamente como había empezado en abril de 1948, cuando lo acribillaron en un enfrentamiento a tiros con siete uniformados.

Catalino Domínguez había nacido en Rauch en 1910 y poco después de cumplir los 20 años empezó su carrera criminal con algunos robos en las zonas de Ayacucho y Coronel Vidal. En 1935 conoció a Isabel Criado, una adolescente de 18 con la que se casó y que se convirtió en el amor de su vida y madre de su única hija.

Una traición y un raid criminal
Una oferta de trabajo como chofer llevó al matrimonio a instalarse en Mar del Plata, en una modesta casa del barrio La Loma de Stella Maris, muy cerca del centro de esa ciudad balnearia. Allí nació Martita, la hija que tuvieron en común, y también llegó hasta ese lugar preguntando por él un hombre al que conocía llamado Rafael Luchetti, que le pidió ayuda porque tenía problemas de dinero.

Catalino Domínguez, a quien algunos vecinos describían ya en esa época como una persona violenta que tenía incluso en su haber un proceso por lesiones, no dudó en alojar a su amigo.

Los dos hombres se enfrentaron violentamente cuando Domínguez descubrió que tenía una relación con Isabel Criado, pero el otro estaba armado y sacó provecho de la situación desigual que lo favorecía: le disparó en la pierna y huyó del lugar junto con la esposa y la hija de Catalino. En tanto, a él se lo llevaron a un hospital y quedó internado varios días en los que solo pudo pensar en cómo iba a vengarse.

La cacería de Luchetti y las dos primeras víctimas
Catalino Domínguez sabía que la madre de Luchetti vivía en Dolores y le pareció lógico ir a buscar allá a su enemigo. Empezó a trabajar como peón rural en un galpón de las afueras de la ciudad, mientras vigilaba de cerca a la mujer esperando que su hijo fuera a verla en busca de refugio.

Pero pasó el tiempo y el hombre no aparecía, entonces un buen día Domínguez perdió la paciencia e irrumpió en el domicilio de Gregoria, que vivía con su marido Narciso Peñalba, y los torturó a ambos para que le dijeran dónde encontrar a su supuesto amigo, a Isabel y a Martita. Aún así, no consiguió que le dieran ni un solo dato.

La pareja supo guardar el secreto celosamente o de verdad no sabían nada sobre su hijo Rafael. Lo cierto es que Domínguez no estaba dispuesto a irse dejando testigos y Gregoria y Narciso se convirtieron en sus primeras víctimas fatales: los degolló a los dos y se escapó.

Las dos veces que el asesino evadió a la policía y el final que no fue
Una vez que la policía encontró los cuerpos de la madre de Luchetti y de su pareja, Catalino Domínguez se convirtió en un prófugo y pudo evadir durante un tiempo a la Justicia. Hasta que lo encontraron en la provincia de Mendoza, lo metieron a un patrullero y pretendieron trasladarlo a un Juzgado de La Plata.

En el camino, sin embargo, el detenido dijo que estaba descompuesto y que necesitaba bajar para hacer sus necesidades. Los guardias que lo escoltaban se creyeron su mentira, le quitaron las esposas y lo vieron adentrarse en un maizal, del que no regresó. Esa fue la primera vez que Catalino Domínguez burló a la policía.

Recién un año después llegó a sus oídos el anzuelo que lo obligó a salir de su escondite. Fue cuando se enteró de que su hija Martita estaba en Mar del Plata y volvió también él a la ciudad balnearia con la esperanza de reencontrarse con ella.

Pero sus planes volvieron a fracasar. A su hija no pudo verla pero, en cambio, sí se encontró con un grupo de policías que lo reconoció y se enfrentaron a los tiros. De esa balacera Catalino Domínguez salió herido de bala en una pierna y con una fractura de fémur en la otra, por lo que fue trasladado con custodia y esposado de nuevo al hospital marplatense.

Cuando se recuperó lo suficiente como para movilizarse por sus propios medios, Domínguez recurrió al mismo engaño que había usado antes para escapar: pidió permiso para ir al baño. Una vez más se lo facilitaron y el asesino trepó hasta el techo, rompió un vidrio, saltó al jardín y se fue corriendo.

El prófugo volvió entonces a probar suerte en Dolores, y en esa segunda oportunidad encontró a Luchetti junto a la mujer que había sido su esposa y a Martita. La pareja se pudo escapar, pero Catalino Domínguez se quedó con la nena.

Aunque ese podría haber sido el final de la historia, con la policía pisándole los talones se vio obligado a cambiar de nombre y de trabajo sistemáticamente para desviar a los investigadores. Entonces, la culpa de arrastrar con él a esa vida nómade a la pequeña Marta pudo más que el deseo de vivir con ella, y la dejó en una pensión en Azul.

Una seguidilla de crímenes y el ocaso del asesino serial
El 28 de junio de 1947 un peón que se había fijado en un cartel de “Buscado” con el rostro de Catalino Domínguez lo reconoció cuando lo cruzó por la calle y pasó a ser la tercera víctima del asesino, que le pegó tres tiros y escondió su cuerpo en la pensión donde se alojaba.

Si bien el prófugo se esmeró en no llamar la atención, los dueños de la posada habían advertido sus maniobras y llamaron a la policía. Cuando los efectivos llegaron al lugar solo encontraron a Martita en la habitación de Domínguez. La interrogaron, la nena dijo poco y nada, y la llevaron al Hogar del Buen Pastor en esa misma ciudad. Del padre, no había rastros.

Acostumbrado ya a moverse rápido, en pocos días el prófugo ya tenía un nuevo trabajo en un campo de Chillar. Pensó que estaba a salvo, pero entonces escuchó sin querer la discusión entre dos hombres que debatían si entregarlo o no a la policía y los asesinó a balazos.

Catalino Domínguez volvió a la calle y se unió a dos hombre indigentes que recorrían las estaciones de tren en busca de changas. Al mismo tiempo, él se las arreglaba para robar comercios en Tandil, Rauch, Dolores, Tordillo y General Madariaga. Hasta que llegó a General Pueyrredón, donde se volvió a instalar.

Allí fue donde hizo su aparición Orlando Rosas, un chico de 17 años que se había fugado de un correccional de menores con el que Catalino Domínguez descubrió enseguida que tenían objetivos en común y comenzó a planear con él un robo importante.

El blanco resultó ser la estancia de la familia Mehatz, para quien el prófugo había trabajado durante un tiempo como jardinero y por ello conocía muy bien sus movimientos. El dúo de delincuentes vio su oportunidad de entrar a robar a la casa el 7 de marzo de 1948, un domingo de elecciones que mantendría a los propietarios fuera de su domicilio.

Sin embargo, el dueño de la vivienda, Martín Mehatz, volvió antes de lo previsto porque se había olvidado su documento y de pronto el robo ya no era tan simple como habían pensado. Y la reacción de Catalino Domínguez fue letal. En cuanto sintió que se abría la puerta empezó a disparar.

Tres tiros impactaron contra Mehatz y lo mataron en el acto. Los hijos del hombre intentaron escapar de la ráfaga de fuego pero el mayor, un joven de 22 años, fue baleado por la espalda y rematado en el piso. Al menor, de 19, lo degolló pero como la agonía se extendía demasiado, Domínguez le destrozó la cabeza con una maza.

Martita todavía no había cumplido los 10 años en ese momento y se había quedado completamente sola. Después de pasar varios meses en el Hogar del Buen Pastor en Azul la trasladaron a La Plata y, más tarde, a un instituto de menores de Ingeniero Maschwitz, donde se le perdió el rastro.

Casi nadie habla ya de los crímenes de Catalino Domínguez y su nombre pasó de ser la amenaza a la que recurrían algunos padres de aquella época para que sus hijos se fueran a dormir, a ser apenas uno más de todos los que se pierden en las vueltas de la historia. Entonces, un escritor dolorense llamado Roberto Morete escribió su biografía y lo describió así: “Era el hombre de esta historia un ser generoso y bueno. Un espíritu sereno, de trato amable y cordial. Un hombre entero, cabal era entonces Catalino, y sin embargo el destino llegó a hacerlo un criminal”. Una mirada disonante para esta época.


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