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08/02/2025

Los espeluznantes crímenes del psicópata chileno de Alto Hospicio

Fuente: telam

Julio Pérez Silva violó, asesinó y luego abandonó en el desierto a 14 jóvenes entre 1998 y 2001, casi todas menores de edad, convirtiéndose en el mayor asesino en serie del país

>En los anales de la historia criminal chilena, el caso de Julio Segundo Pérez Silva (61), el “psicópata de Alto Hospicio”, se lleva el podio. Actualmente condenado a cadena perpetua y sin derecho a beneficio alguno hasta el año 2071, Pérez Silva violó y asesinó brutamente a 14 jóvenes en un lapso de tres años -la mayoría menores de edad- en esa inhóspita comuna de Iquique (1,765 kms al norte de Santiago), pasando así a erigirse como el mayor asesino en serie del país.

El caso es sin duda uno de los pasajes más vergonzosos de la policía chilena, puesto que a pesar de que las niñas desaparecían una tras otra, los uniformados mostraron indiferencia y se negaron sistemáticamente a investigar aduciendo que las niñas habían huido de sus casas para prostituirse en Perú o Bolivia. Sabido es que la justicia se demora cuando las víctimas son pobres, y a veces nunca llega.

Aquellos que conocieron al “Segua” en su infancia dijeron que era un chico tímido, pero respetuoso. Creció jugando al fútbol en las calles de Puchuncaví, en la región de Valparaíso, y era un alumno tranquilo e introvertido. Tal como cuenta Álvaro Matus en su reciente libro “Psicópatas chilenos” -publicado por Penguin Random House-, iba con sandalias de goma y sin uniforme al colegio debido a la humilde situación económica de su familia.

A los 22 años contrajo matrimonio y tuvo dos hijas, y luego se emparejó con Marianela Vergara, madre de dos niñas adolescentes. Sus vecinos dijeron que era, o parecía al menos, un buen padre adoptivo, pero los rumores de un intento de violación a una de las menores terminaron por alejarlo. En 1990 emigró a Iquique y en una fiesta conoció a Nancy Boero, catorce años mayor que él y madre de seis hijos, con quien rápidamente se fue a vivir a Alto Hospicio.

Trabajó durante años cargando sacos de sal y en 1998 su pareja le regaló un automóvil usado -que solía limpiar obsesivamente por dentro- y le pagó el curso para aprender a manejarlo. Comenzó a trabajar como taxista clandestino y a poco andar, las niñas empezaron a desaparecer.

A mediados de septiembre de 1998, el cuerpo de Graciela Montserrat Saravia, de 17 años, apareció en una playa cercana a Alto Hospicio. Según confesó más tarde Pérez Silva, le ofreció dinero por sexo mientras caminaba por la costanera de Iquique, pero rápidamente se dio cuenta que quería robarle, por lo que la golpeó repetidamente con una piedra en la cara hasta darle muerte. Y aunque la policía entrevistó a unos pescadores que dijeron ver de lejos a una pareja que parecía forcejear afuera de un auto blanco, el caso se archivó sin un culpable.

Envalentonado, Pérez Silva comenzó una seguidilla de crímenes y en febrero de 2000 atacó a Sara Gómez y dos días después hizo lo mismo con Angélica Lay, de 23 años, a quienes violó y asesinó abandonándolas en el desierto.

Misma suerte corrió el 22 de mayo Patricia Palma, de 17 años, quien desapareció a la salida de su liceo. Su cadáver sería encontrado al fondo del pique Huantajaya, junto a los cuerpos de Macarena Sánchez y Laura Zola.

Sin embargo, a pesar de estas desapariciones, la policía y las autoridades de gobierno insistían en la tesis de que las niñas habían abandonado sus casas para prostituirse, sumiendo en la desesperación a sus familias. Los carteles con sus caras se repetían en las paredes y postes de alumbrado público de Alto Hospicio.

Su padre, Orlando Garay, recordó entonces un volante con el rostro de Katherine Arce que su desaparecida hija le había mostrado y llegó hasta la casa de su familia. Allí se enteró de que ambas iban al mismo liceo y que otras siete niñas habían desaparecido, por lo que organizó a los angustiados padres, vendió su bote y en conjunto pegaron carteles con sus rostros en los pueblos aledaños, presionaron a las autoridades con manifestaciones y comenzaron a hurgar en los basurales colindantes.

El 18 de julio del año 2000, sus temores se hicieron realidad cuando encontraron el uniforme y la mochila de Viviana Garay en un vertedero cercano pero de difícil acceso. Horas después, la mochila y la ropa con manchas de sangre de Katherine Arce fueron halladas en otro botadero.

Sin embargo, las pesquisas no llevaron a ningún lado y los ánimos de la comunidad empezaron a caldearse. Las protestas frente a edificios gubernamentales fueron creciendo y se sucedían día a día, y hasta el presidente Ricardo Lagos fue duramente interpelado cuando visitó Iquique para inaugurar una obra pública.

Debido al revuelo, Pérez Silva dejó de atacar por unos meses hasta que el 3 de octubre del 2001, un trabajador que viajaba en auto por la ruta que une Iquique y Alto Hospicio divisó a una niña que caminaba a duras penas bajo el tórrido sol del desierto.

Y a pesar de que rogó por su vida y hasta le ofreció el sándwich que llevaba de colación, la empujó al agujero de 200 metros y le arrojó varias rocas en la cabeza que la dejaron inconsciente.

Según su declaración, el mismo auto al que se había subido venía detrás del furgón que la rescató, por lo que es posible deducir que el “psicópata de Alto Hospicio” se había devuelto a corroborar la muerte de la niña.

A la mañana del día siguiente un carabinero detuvo el Mazda Capella de Pérez Silva en un control y al ver los peluches en el espejo retrovisor, le dijo que lo acompañara a la comisaría, pues su patente parecía no estar en regla. Según contó, el peor asesino en serie chileno en ningún momento se mostró nervioso ni inquieto.

Y aunque Pérez Silva trató de excusarse aduciendo que había tenido relaciones sexuales consensuadas con la niña, pero que no la había arrojado a pique alguno ni menos sabía del paradero de las otras menores desaparecidas, los exámenes de sangre, pelo y dactilares dejaron en claro que era culpable.

La noticia de su detención corrió como reguero de pólvora y los cuatro primeros cuerpos momificados por el sol del desierto aparecieron el martes 9 de octubre en los basurales indicados por el asesino. Cientos de pobladores comenzaron a movilizarse y cuando efectivos del Grupo de Operaciones Policiales Especiales (GOPE) se apersonaron en el pique Huantajaya, la situación se hizo insostenible, con una muchedumbre exigiendo explicaciones y periodistas pidiendo más información, por lo que decenas de policías tuvieron que acordonar el lugar.

Rápidamente varios altos mandos de las fuerzas policiales y del gobierno de Ricardo Lagos fueron removidos de sus cargos y hubo un verdadero terremoto político, pues estaba claro que las instituciones no habían funcionado. Nadie parecía asumir la responsabilidad de tan terribles hechos.

Más de 1,500 personas llegaron la mañana del 15 de octubre hasta la Catedral de Iquique, donde se llevaron a cabo los funerales de las víctimas, en una jornada estremecedora pocas veces vista. Ése día, las palabras del monseñor Juan Barros resonaron en el corazón de todos los chilenos, indignados por la indolencia de las autoridades ante el pedido de ayuda de sus compatriotas más humildes.

Finalmente, y aunque otras cinco jóvenes desaparecidas entre abril de 1999 y agosto de 2021 nunca fueron halladas, el “psicópata de Alto Hospicio” fue condenado en 2005 a la pena de presidio perpetuo calificado por el asesinato de 11 adolescentes y 3 mayores de edad. Recién podrá salir en libertad condicional a los 108 años, en 2071.

Sin embargo, a poco andar varios rumores comenzaron a llenar los tabloides, los que apuntaban a una banda de tres carabineros que traficaba órganos y arrojaba los cuerpos al pique de Huantajaya. También, que las rocas arrojadas por el “psicópata de Alto Hospicio” a sus víctimas aún con vida eran muy grandes y pesadas como para que las hubiera lanzado solo.

Otro rumor, aún más sórdido, sostenía que Pérez Silva tenía una relación sentimental con Bárbara, la niña sobreviviente, quien le ayudaba a atraer a las menores asesinadas. Algunos lugareños incluso aseguraron conocer dicho vínculo amoroso y acosada por la prensa y por quienes aún buscaban a sus seres queridos, Bárbara dejó el colegio y abandonó Alto Hospicio para nunca más volver.

Actualmente, el “psicópata de Alto Hospicio” cumple su pena en la cárcel de alta seguridad de Colina I en Santiago, donde cuatro gendarmes cuidan de que no trate de suicidarse nuevamente y con quienes juega partidos de fútbol de vez en cuando. Ve películas, hace manualidades y trota un poco. Moverlo a otro recinto carcelario o ponerlo junto a otros reclusos no es factible, pues sería asesinado de inmediato.

Fuente: telam

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