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OPINION

23 de mayo de 2022

Alberto Fernández, Borges y la emergencia alimentaria global que se avecina

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En medio de un contexto donde el propio Presidente ha señalado que quiere cumplir con el FMI, es decir, mantener controlados el déficit, la emisión y la acumulación de dólares en las reservas... ¿Es compatible esto con el escenario que diagnostica el propio presidente?

Son numerosas las ficciones de Borges, en las que el genial escritor imagina dos personajes que son uno y el mismo: un púber aspirante a escritor de apellido Borges, se encuentra con el consagrado Borges, un septuagenario hombre de letras. Otra: un Borges asistente a un congreso de letras en el exterior quiere registrarse en la recepción de un hotel y se encuentra con que otra persona, un tal Borges, ya se ha registrado en su lugar y ocupa su habitación. Lo más interesante en estos ejercicios es, siempre, el texto, la síntesis de la experiencia vivida, la cifra, lo que ambos Borges tienen para decirse o advertirse. Pareciera que, con el presidente Alberto Fernández, pasa algo parecido. Los mensajes, las declaraciones, las elucubraciones públicas y publicadas del mandatario Alberto Fernández parecieran tener, dado el tenor de las advertencias, como destinatario, a nadie más que a sí mismo.

Si hablamos de la crisis global, y al margen de las vicisitudes locales, la primera advertencia inflacionaria sistémica provino del colapso del transporte marítimo, pero también de la obturación de las rutas comerciales a causa de la pandemia del Covid. Después, un poco más tarde, del aumento de precios de las materias primas en los mercados internacionales y del miedo al desabastecimiento por la invasión rusa de Ucrania.

Ahora, uno de los últimos capítulos de la saga, está relacionado con las restricciones a la exportación que varios países han impuesto sobre alimentos esenciales como los cereales, los aceites o las legumbres. Un dato: en las últimas seis semanas y, de acuerdo al International Food Policy Research Institute (IFPRI), ya son 20 los gobiernos que han aplicado alguna clase de medida proteccionista sobre el comercio de alimentos. No es menor: el grueso de estos países son importantes productores y exportadores de alimentos a escala global. Es una profecía autocumplida. Hasta pueden incluirse Moscú y Kiev: sumados acaparan un cuarto de las exportaciones mundiales de trigo y dos terceras partes del comercio internacional de aceite de girasol. Indonesia, el mayor exportador de aceite vegetal del mundo ha impuesto algún tipo de restricción. India ha prohibido la exportación de trigo. Existe otro dato adicional: según el IFPRI, medido en calorías, el 16,9% del comercio global de alimentos se está viendo afectado por estas limitaciones sobre las exportaciones.

Hay quienes señalan que el presidente argentino comprende, diagnostica, comunica, incluso, uno podría pensar que dialoga, sobre estas cuestiones: problemas con la inflación, con los precios, con las condiciones materiales para la reproducción de la vida. Que hay un cavilar del presidente en voz alta, declaraciones que dibujan un escenario perentorio, una especie de construcción en el aire, de advertencia, de alerta, que busca interlocutores, un derrotero para protegerse.

Pero hay otros que sostienen que está por verse si esos mensajes logran destrabar la cooperación de aquellos que resultan claves en este momento. Si existe una respuesta de aquellos en los que piensa Fernández. Hay quienes se preguntan si parte de esa ecuación no guarda una relación directa con los condicionantes que existen con el FMI. Es probable. La pregunta es: ¿quién más que el propio Alberto Fernández podría, en estas circunstancias, impulsar con verdadera profundidad el debate de esas medidas que resultan, en su propia mirada, indispensables? ¿Qué otro podría recoger ese guante más que él mismo?

De regreso al foco. Hace unos días, el presidente viajó a Europa acompañado por dos o tres ideas importantes: que la invasión de Rusia a Ucrania ha disparado los precios de alimentos y energía: que se corre el riesgo de una emergencia alimentaria, pero también de una ola de inestabilidad social y política encadenada con la falta de alimentos en los países que más la sufren. Que la suba de la tasa de interés para combatir la inflación puede sumir al mundo en una recesión global, que las sanciones a Rusia profundizan el problema y que las fórmulas para desacoplar los precios, aquí y en el mundo, no están funcionando. Hay más. Pero sirva como ejemplo.

En opinión de algunos analistas, todo ello es una mirada brillante del suceso. Incorpora la periferia (la CEPAL interroga a los líderes europeos), el sur, los barquinazos que da la crisis global, las situaciones de injusticia social. Pero además deja planteadas preguntas que es necesario responder. La novedad es que esas preguntas sirven, más que nunca, para definir el rumbo de la Argentina. Y que, en el plano doméstico, sectores del oficialismo (la oposición ejecuta, de a ratos, su propia y extraña agenda política) quieren sustanciar el debate, repensar las medidas que habrá que adoptar.

En medio de un contexto donde el propio Presidente ha señalado que quiere cumplir con el FMI, es decir, mantener controlados el déficit, la emisión y la acumulación de dólares en las reservas… ¿Es compatible esto con el escenario que diagnostica el propio presidente? ¿Cuáles son las medidas que permitirían administrar el equilibrio entre todas estas variables? ¿Qué piensa Georgieva de incrementar retenciones a granos y oleaginosas o de crear un comité de crisis alimentaria para monitorear costos de producción? ¿Qué tan inflacionarias son las condiciones del acuerdo con el FMI? ¿Qué grado de restricción vinculado a dólares va a tener la economía a pesar del superávit? ¿Hasta dónde puede llegar la tasa de interés? ¿Piensa el presidente que estas preguntas ya encontraron una satisfactoria salida con las medidas adoptadas?

La iniciativa de interpelaciones parece haber vuelto a la Casa Rosada. Ahora, habrá que evaluar si, como imaginaba Borges en sus cuentos, el presidente Alberto Fernández puede prestar oídos al diagnóstico que traza, impecable en tiempo y espacio, el otro, Alberto Fernández.

 

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