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OPINION

16 de mayo de 2022

La contraofensiva de Alberto Fernández

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Si bien respondió a las críticas, el Presidente dejó en claro que no habrá ruptura formal, y que las diferencias, en todo caso, se terminarán de resolver en las PASO

En el campo militar, que históricamente ha aportado muchos conceptos que -por analogía- se utilizan en el análisis político, se considera que la “contraofensiva” es una operación ofensiva estratégica que, desde posiciones inicialmente defensivas, busca detener los ataques del enemigo, obligando a este a replegarse hacia posiciones defensivas. En otros términos, una operación estratégica que permite pasar de la defensa al ataque.

En este marco, la semana cerró con una gran novedad en materia política: tras meses de silencios incómodos y justificaciones ante las recurrentes y cada vez más virulentas críticas del kirchnerismo duro, el presidente Alberto Fernández abandonó su postura pasiva y -por primera vez en dos años- respondió con contundencia a los ataques y fijó una posición nítida frente a la “interna”. Ante ello, la pregunta que se impone es la siguiente: ¿se trata de una contraofensiva a gran escala o es solo un hecho puntual?

Pese a la nutrida agenda que lo esperaba en el viejo continente, que incluyó reuniones bilaterales con tres destacados líderes europeos -Sánchez, Macron y Scholz- Fernández no pudo exorcizar los fantasmas de la interna que atraviesan transversalmente a su gobierno y, finalmente, aceptó la recurrente invitación para subirse al ring.

Durante su primer escala en la capital española, en una entrevista al tradicional diario El País, el presidente decidió responderle a Cristina Fernández de Kirchner, asegurando -entre otras cosas- que su vice tenía una “mirada parcial”. Si bien luego se encargó de matizar sus declaraciones, está más que claro que no se trató de una reacción espasmódica ante la requisitoria periodística, sino una decisión política de fijar su posición y mandar un claro mensaje ante los contundentes y virulentos cuestionamientos que escuchó de Cristina el último viernes en Chaco.

Más aún, si se tiene en cuenta que el propio Fernández había previamente habilitado al vapuleado Martín Guzmán para pasar a la ofensiva. Durante un raid que incluyó varios eventos y conferencias ante referentes del establishment económico, el Ministro de Economía y Hacienda no sólo se mostró crítico del déficit fiscal y los subsidios a las tarifas públicas sino que, subiendo la apuesta, hizo una descarnada exégesis del camino que llevó de los “años dorados” de los dos primeros gobiernos K, caracterizados por el “viento de cola” producto de los precios internacionales de los commodities y los recordados superávits gemelos, al gasto desenfrenado, el despilfarro y el descalabro macroeconómico. Una crítica no sólo a Cristina Fernández, sino también a uno de los principales responsables de las políticas económicas de esos años, el actual gobernador y “guardián” de la ortodoxia K, Axel Kicillof.

A esta altura resulta a toda luz evidente que el resultado de la interna no es neutro. Si bien desde ambos campamentos algunos voceros buscan matizar los enfrentamientos con eufemismos como “diferencias” o, incluso, buscan convertir el manifiesto conflicto en un “debate abierto”, los costos están a la vista de todos: impacto en las variables de la macroeconomía, un desgaste de la autoridad presidencial, erosión de la credibilidad de la gestión y falta de confianza del Gobierno. Por ello, no se trata sólo de chicanas o diatribas, nada de lo que se dice o se hace puede ser banalizado ni relativizado.

En La Cámpora y el Instituto Patria acusaron recibo de la dura respuesta de Alberto Fernández y, sobre todo, de la inesperada ratificación de su proyecto reeleccionista. Sin embargo, hasta el momento de escribir estas líneas, no se conoció respuesta alguna. Mientras debaten cómo seguir, continúan con una estrategia bifronte: desde el Congreso, presionando -y desgastando- al Ejecutivo con una agenda económica diferente e inconsulta, como quedó en evidencia esta semana con el proyecto de blanqueo de fondos en el exterior para afrontar los pagos al FMI. Y, desde la provincia de Buenos Aires, convertido en el bastión y potencial escenario de repliegue kirchnerista, como quedó expuesto esta semana con la foto que coronó la institucionalización del Frente de Todos en ese territorio clave.

En pocos días seguramente se escribirá un nuevo capítulo en esta historia. Toda la atención -y la tensión- estará en el tema de las tarifas, un asunto sensible para el Gobierno, ya que se trata de uno de los principales compromisos asumidos con el FMI. De hecho, parte de la contraofensiva del primer mandatario estuvo dirigida a ello, incluyendo una advertencia explícita: el funcionario que se interponga con su decisión de aumentarlas, será removido de su cargo. Un mensaje que no es abstracto, sino que tiene como destinatarios específicos a quienes deben firmar la reestructuración de las tarifas, es decir, a la titular del ENRE, Soledad Marin, y el subsecretario de Energía, Federico Basualdo, quien responde a La Cámpora.

Por si no estaba claro, Aníbal Fernández, Ministro de Seguridad de la Nación, salió a respaldar las declaraciones del presidente, desempolvando su particular estilo, que había quedado relegado ante la orden presidencial de no confrontar. Habilitado por el contra ataque presidencial, habló de “un gesto de autoridad histórico”. Y, subiendo la apuesta reforzó algo que no sólo repiten los propios laderos del presidente, sino que él mismo explicitó en varias ocasiones: que Alberto Fernández va a ser candidato para la reelección, y animó a Cristina Fernández de Kirchner a “que se presente y compita”.

El Ministro no hizo más que reconocer públicamente lo que, por lo bajo, admiten varios referentes peronistas: que no habrá una ruptura formal, y que las diferencias, en todo caso, se terminarán de resolver en las PASO. Ahora bien, ello siempre y cuando el peronismo mantenga chances de ganar en el 2023, algo que algunos de los representantes más conspicuos del kirchnerismo comienzan a poner en tela de juicio .

Lo cierto es que, aunque parezca sorprendente en un escenario donde la inflación del 6% mensual redondeó un incremento interanual récord y la pobreza -según datos de la UCA- ya alcanza a más de la mitad de los chicos y chicas, la disputa y el “debate” permanente le permiten al oficialismo ocupar gran parte de la escena política -y mediática-, obturando muchos esfuerzos de una oposición que no encuentra la salida a su propio laberinto. El error, en este marco, sería pensar que este protagonismo pueda traducirse en apoyos electorales sin que ocurra una sustancial mejora no ya sólo en las condiciones macroeconómicas sino en la economía real que impacta a diario en los ciudadanos de a pie.

 

Por Gonzalo Arias

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