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OPINION

5 de mayo de 2022

La obsesión de Cristina: que la declaren inocente también de la gestión del Frente de Todos

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OPINIÓN | ¿Por qué la vicepresidenta gasta tanta pólvora en echar al ministro de Economía, sin hacer siquiera mínimos esfuerzos por promover un reemplazante? Pensando en el 2023, ruega porque los votantes se olviden hasta de que conoce a Alberto y a Guzmán.

Ante todo, entendamos cómo llegamos a esta curiosa guerra entre un gigante y un liliputiense; entre la jefa suprema del movimiento y la nación, omnisciente e infalible, y un joven economista que luce más solo y desamparado que el pibe de Chaplin.

El choque es consecuencia de una frustración reiterada de la señora, que buscó por todos los medios diferenciarse y despegarse de la gestión de Alberto, sin abandonarla. Y lo hizo, casi desde el principio, desresponsabilizándose de todo lo que salía mal, o traía algún perjuicio para sus votantes, y atribuyéndoselo a “él, que no me escucha”. Primero por medio de cartas, después de discursos y renuncias, y al final a través de la división del bloque de senadores y votaciones divididas en las cámaras.

Pero nada de eso alcanzó: ni sus votantes más fieles le reconocieron la inocencia que pretendía. Así que pasó a la fase de demolición: en la expectativa de que, llevando al extremo la confrontación, no habría forma ya de ignorar su distancia con el gobierno que había creado y tan mal estaba resultando.

Es de lo más llamativo: para probar su inocencia asumió que lo mejor era cometer un crimen alevoso y a plena luz del día contra su propio gobierno, hundirlo. Algo no está del todo bien en los patrones morales con que esta señora se maneja.

Allí reside la lógica de la guerra que lleva adelante la vice. Por eso, lo importante para ella no es qué pase después de una eventual salida de Martín Guzmán del gabinete. De eso, como de todos los demás problemas, que se ocupe Alberto, asunto suyo.

Lo único importante son los títulos que espera salgan en los diarios ese día: “¡Extra!, ¡Extra! Se confirma la tesis de Cristina de que lo que vino pasando en la economía es culpa de Guzmán, y Alberto al final cedió porque ya no pudo negarlo y seguir defendiendo a `su´ ministro, así que todo lo padecido es, ante todo, culpa suya”.

La mayor parte de las veces que un presidente se saca de encima a un colaborador lo hace para despegarse de fallas y críticas en su área de incumbencia. Por eso se llama “recambio”: usa a ese colaborador de fusible, en el mismo acto lo quema y lo reemplaza por otro. Por más que el fracaso también quepa cargárselo a él, o incluso sea su exclusiva responsabilidad.

Pero las cosas están tan mal en el gobierno del FdeT que esa lógica opera al revés: la guerra interna pone al presidente en una situación de extrema debilidad, de la que no tiene forma de zafar, porque si no cambia nada, su situación sigue empeorando, pero si intenta cambiar algo, para cualquier lado que sea, empeora más todavía, y más rápido. Pues en el acto de cambiar implícitamente estará admitiendo que el fracaso se debió a una decisión suya, que tardó demasiado en corregir, pese a todas las advertencias que le hicieron los demás miembros del oficialismo.

Por ahora, el presidente Alberto Fernández sostiene al ministro Martín Guzmán

Por eso, lo que a simple vista es un gran margen de libertad a su disposición (Alberto pareciera tener cancha libre para elegir un reemplazo de Guzmán a su gusto, ya que nadie le está imponiendo al reemplazante, ni siquiera circulan muchas sugerencias al respecto), en verdad es todo lo contrario: la expulsión de Guzmán implicaría para el presidente autoauflagelarse, no descargar los problemas en otros, sino quemarse como fusible y aceptar la condena que ya le espera al final del mandato.

¿Cómo llegó Alberto a esta situación? Cediendo y cediendo, con la ilusa idea de que así podría evitar un choque como este.

También porque falló su diagnóstico económico: el desafío que enfrentaba no era la deuda, y la solución para el mismo no era postergar los pagos; tenía delante un problema estructural, más complicado, reflejado en el desaliento de la inversión y la fuga creciente de la moneda, que solo podrían superarse con cambios impositivos, fiscales y monetarios, que lo obligaban a algún grado de corrección de las premisas con que se había formado el FdeT. Corrección que desde un principio se negó a encarar.

Y, por sobre todo, porque la pifió también con el diagnóstico político. En particular respecto a su propio rol: ser el administrador de la unidad del peronismo, el eje por el que pasaban los intercambios entre los grupos de poder interno, no sería suficiente para sostener su autoridad si empezaba a faltar el lubricante del gasto público, para acomodar todas las demandas que ese juego suponía, y el combustible de los votos, para sostener la expectativa de permanencia en el poder.

Y esos conflictos internos entonces se volverían de suma cero, y luego de suma negativa, cuando los rentistas integrantes del directorio de ese peronismo unido lo advirtieran, y sería a su costa, porque encontrarían más y más motivos para descargar en el CEO las culpas.

Es lo que está haciendo Cristina, pero también lo que hacen a su modo los gobernadores, pidiendo más plata y desdoblando elecciones, y los sindicalistas, exigiendo paritarias de vigencia cada vez más corta y porcentajes más altos, y festejando el 1ro. de Mayo desde sus casas. Y lo que hace por supuesto Massa, plegándose al juego de todos ellos.

Es una fantasía peligrosa la de insistir con la “resistencia sin cambios”, porque al gobierno le queda demasiado tiempo, tiene demasiadas pocas noticias buenas para compensar las malas, y está demasiado solo. Pero también podría ser letal un recambio que no involucre y comprometa a esos accionistas soliviantados, que con tal de librarse del muerto, son capaces de matar hasta a su madre.

El problema es que cualquier operación para lograr esto último, comprometer con alguna fórmula de cooperación mínima a las facciones del oficialismo, obviamente encontrará fuertes objeciones, sobre todo de parte de Cristina, que pretende rechazar lo que hay, y lo que seguirá habiendo, sin comprometerse con nada. Si se convierte en candidata a la presidencia, menos que menos: la guerra interna podrá empeorar.

 

 

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