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POLICIALES

12 de marzo de 2022

Secuestró a 100 chicos y cometió actos de canibalismo: la historia del verdadero Hombre de la Bolsa

Se llamaba Albert Fish. Su accionar en Estados Unidos en los años 20 del siglo pasado dividió a los investigadores. Para algunos, se trató de un caso único de perversión. Para otros, era consciente de sus actos.

Una mañana de julio de 1924, la señora Mc Donnell estaba sentada en su silla mecedora ubicada en la puerta de su casa, en Staten Island, Nueva York. Su hijo Francis, de 8 años, jugaba cerca con una pelota mientras su hija de pocos meses gateaba a su lado. Hacía mucho calor. No era una zona muy poblada.

La señora Mc Donnell observó por un instante la calle de tierra y le llamó la atención un hombre que caminaba por el centro. Era un anciano de cabello gris y gran bigote gris, delgado y no muy alto. Llevaba un traje viejo y holgado, un sombrero bombín polvoriento y caminaba arrastrando levemente un pierna. Andaba con los brazos colgados a los costados, casi pegados al cuerpo. Abría y cerraba constantemente una mano; en la otra llevaba una bolsa. Al pasar frente a la casa de la señora Mc Donnell la saludó descubriéndose la cabeza. El viejo murmuraba cosas para sí que la señora no entendió. Creía que el abuelo andaba perdido.


El primer ataque de “El Hombre de la Bolsa”
A la tarde, Francis se fue a jugar con cuatro amigos en una zona descampada. A unos metros, el hombre gris observaba. En un momento, Francis quedó rezagado y vio que un abuelo simpático, de gran bigote gris, como su cabello, lo llamaba.

El anciano sacó golosinas de una bolsa y se las ofreció. Nadie notó que Francis había desaparecido sino hasta la hora de la cena. Lo encontraron al día siguiente en un bosque. Había sido estrangulado con sus tiradores. Su padre apenas lo reconoció. El chico tenía como dentelladas. A su madre, la debieron sostener entre varios policías para que no viera a su hijo.

La muerte del pequeño Francis Mc Donnell quedó en el olvido.

El Hombre de la Bolsa y Gracie Budd
El 23 de mayo de 1928, Edward Budd, de 18 años, puso un aviso en el diario ofreciéndose para trabajar en el campo. Cinco días después, un domingo, un hombre tocó a la puerta de su casa. Lo atendió Delia, la mamá de Edward. Se trataba de un anciano de aspecto endeble. Se presentó como Frank Howard, granjero, y quería hablar con Edward. Delia reparó en su cabello gris, en su bigote gris y en una bolsa de papel que llevaba.

De inmediato, Howard contrató al muchacho. Delia, agradecida, lo invitó a almorzar. También su esposo, Albert Budd, estaba encantado. Apenas se habían sentado a la mesa cuando entró una bonita nena de grandes ojos marrones y cabello castaño. Era Gracie Budd, una de las hijas del matrimonio. Tenía 9 años. Entró feliz, cantando. Howard quedó maravillado con la pequeña. De su bolsa, sacó un dulce y se lo dio.

Cuando terminaron de almorzar, Howard dijo que debía ir a la casa de su hermana porque uno de sus sobrinos cumplía 9 años. Le dijo a Edward que volvería a buscarlo y, para calmar su inquietud, le dio dos dólares. Pero antes de irse se volvió hacia Delia y le preguntó si podía llevarse a Gracie al cumpleaños. Le dio grandes seguridades de que la nena estaría bien cuidada. Delia no sabía qué decir. Le pidió la dirección de la hermana. Aún así no estaba segura y miró a su marido. “Deja ir a la pobre nena. No se divierte demasiado”, dijo el papá. Delia le puso un abrigo a Gracie y le dio un beso en la cabeza. Los Budd nunca más volvieron a ver a su hija.

A la mañana siguiente, Albert fue a hacer la denuncia de la desaparición. La primera cosa que descubrió la Policía fue que la dirección de la hermana del tal Howard no existía. Tampoco existía la hermana ni la granja ni el propio Frank Howard. Se asignaron 20 policías al caso, entre ellos el detective William F. King. No hubo nada por entonces. Gracie y el hombre gris se habían esfumado.

Seis años después, King era el único detective que seguía con la investigación. En octubre de 1934, decidió usar un recurso final: dijo que el sumario iba a ser cerrado definitivamente. La prensa lo difundió.

La carta del Hombre de la Bolsa
Luego, Delia Budd recibió una carta el 12 de noviembre. “Mi querida Sra. Budd: El 3 de junio de 1928 llamé a su casa. Almorzamos. Gracie se sentó a upa mío y me dio un beso. Decidí comérmela. Con el pretexto de llevarla conmigo a una fiesta (usted le dio permiso) la llevé a una casa desocupada en Westchester”.

El viejo le contaba en esa carta a la mamá de Gracie cómo había matado a su hija. La carta no tenía remitente pero King averiguó que había sido enviada por un hombre que alquilaba un cuarto en un edificio de la calle 52. El detective habló con la portera y le dio la descripción del “señor Howard”. La portero le contestó que coincidía con la de un viejo de cabellos grises y bigotes grises que se había registrado como Albert Fish.

 

Cuando King entró en la sala encontró a Fish bebiendo una taza de té.

- ¿Usted es Albert Fish?, -preguntó el policía. El viejo confirmó con la cabeza.

Se miraron. Sin bajar la vista, Fish tomó lentamente una navaja de afeitar del bolsillo interno de su saco y la sostuvo frente a él. King se enfureció. Los dos se siguieron mirando a los ojos. En un momento, King, velozmente, agarró la muñeca de Fish y se la torció hasta hacerle caer la navaja.

-Ahora te tengo-, le dijo el detective.

La confesión larga y pormenorizada de Fish
Una patrulla se dirigió a la casa abandonada donde mató a Gracie. Hallaron los huesos de la pequeña. King fue a buscar a Albert y Edward Budd para que identificaran a Fish. Al llegar a la comisaría, Edward no se pudo contener. Se le echó encima y le gritó: “Viejo bastardo. Sucio hijo de puta”. Los policías tuvieron que hacerle un torniquete en el brazo para contenerlo.

- ¿Cómo se siente?, -le preguntó el psiquiatra Frederic Wertham, que entrevistó a Fish en prisión.

- No tengo particulares deseos de vivir, ni de ser asesinado. Es una cuestión indiferente. No creo estar del todo bien.

- ¿Eso quiere decir que está loco?

- No exactamente. Nunca pude entenderme del todo... Siempre tuve deseos de infligir dolor a otros y de que otros me provoquen dolor. Siempre disfruté de todo lo que hace daño.

Fish le confió una larga historia de caza de chicos. Al menos 100. Y episodios de canibalismo.

Quién era Albert Fish, el auténtico Hombre de la Bolsa
Según su confesión, había nacido el 19 de mayo de 1870 en Washington. A los 5 años, su padre murió y su madre lo mandó a un orfanato. “Allí comencé a estar mal –dijo–. Estábamos despiadadamente derrotados...”

A los 14 años, se dedicó a lo que sería su oficio: pintor de interiores. Se mudó a Nueva York y a los 26 años se casó con una chica de 19. Pero cuando el menor de sus seis hijos tenía tres años, la mujer lo abandonó.

 

El psiquiatra Wertham y otros tres médicos propuestos por el defensor James Dempsey dijeron que Fish estaba loco. Que se trataba de un caso único de perversión en los anales de la literatura psiquiátrica y criminal. Pero los psiquiatras del fiscal Elbert F. Gallagher opinaron todo lo contrario. Que siempre supo lo que hacía, planeó el engaño a los Budd, llevó a la pequeña Gracie a un lugar apartado, preparó el lugar del crimen y lo ejecutó con plena conciencia.

El juicio por el secuestro y muerte de Gracie Budd comenzó el lunes 11 de marzo de 1935 en Nueva York. Al tercer día se llevó al estrado una caja con los restos de Gracie. El detective King relató cómo había sido asesinada. Y entonces el fiscal Gallagher abrió la caja y levantó con una mano la calavera de la nena.

 El juicio duró 10 días y menos de una hora la deliberación del jurado. La perspectiva de la silla eléctrica tuvo su atractivo para Fish. “Sus ojos brillaban...”, escribió un periodista del Daily News. Fish se levantó de su asiento y agradeció al juez: “Qué alegría. La de la silla eléctrica será el último escalofrío. El único que todavía no he experimentado”. Fue ejecutado el 16 de enero de 1936.

Más información sobre Albert Fish en el libro del autor, “Crímenes Sorprendentes de Asesinos en Serie”.

 


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