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8 de octubre de 2021

La ficción de Polka sobre una villa que solo existe en la imaginación de la clase media

¿Cómo no hacer un paralelismo entre el desalojo violento de mujeres y niñxs en la Villa 31 y el pastiche con ojos de clase media que cada semana se va armando en La 1-5-18, el nuevo envío de Polka? El paisaje es cruel y escupe significados por donde se lo mire, como para preguntarse qué lugares le asigna la tele de ficción argenta a lxs villerxs.

Casi en la misma semana en la que Polka estrenó La 1-15-18, la novela de ficción ambientada en lo que sería la Villa 31, en ese mismo barrio la policía de la Ciudad de Buenos Aires arrinconó a casi 100 mujeres y 170 niños “como delincuentes”, describió a este medio Alicia Espinoza, una de las vecinas desalojadas a la fuerza. El video de la niña de ocho años llorando porque le habían destrozado el único inodoro que tenía, y las paredes de cartón, bolsas de nylon y chapa prendidas fuego, fueron parte del paisaje cruel que dejó esta intervención policial violenta, que avanzó sin mediar palabra. Los chicos seguían durmiendo cuando las casitas empezaban a ser destruidas, denunciaron las vecinas. La tira de Polka está rodada en una villa de mentira, de varias manzanas, emplazada en los estudios que tiene la productora en Don Torcuato. Las casas de la ficción están muchísimo mejor construidas que la de las mujeres que fueron desalojadas en la 31. Sin embargo, todas tienen un destino común: a las de Suar también les va a pasar por encima la topadora cuando termine la serie. Pero esta vez, no habrá niños adentro.

El prime time tilingo
La yuxtaposición de imágenes es tirana y abre nuevos significados. Antes de que esta novela sea estrenada, las integrantes de Los Ángeles de la Mañana, el programa conducido por Ángel de Brito, visitaron el set de grabación. Las panelistas, de taco aguja y trajecito rosa chicle, camperita de cuero roja y botas de caña alta, uñas de gel y balayage de Leo Leiva, se sentaron en una especie de “living” improvisado en medio de las utilería de la villa. El olor a perfume de free shop traspasaba la pantalla. Cinthya Fernández, con un maquillaje impecable combinado con su look, sonreía a la cámara mientras hacía una publicidad de Nescafé. En el fondo se veían bolsones, chapas, hierros y carros para juntar cartón. Sobre el piso de tierra habían colocado mesas negras y brillantes al estilo Canal 13, donde descansaban copas de agua finísimas; también había un termo -Stanley, claro- con su respectivo mate.

Este juego de contrastes realza la esencia de la fabricación ficcional de la villa del 13: una villa donde los protagonistas son otros. Donde los problemas reales de los barrios, como la crisis habitacional, no se nombran o quedan desdibujados y, por delante, se arma una trama amigable para el prime time, con villeros con rasgos europeos y sin presencia de organizaciones barriales. Como si ver verdaderos villeros y las verdaderas dificultades que atraviesan a los barrios populares es demasiado “fuerte” para el televidente que busca un divertimento más “light”. El único lugar que pueden habitar los villeros “de verdad” en la tele son los noticieros, con toda la estigmatización que esto acarrea. De hecho, ni siquiera los protagonistas principales son de la villa, y con eso no me refiero solamente al origen de los actores.

La principal es Lola, una “cheta de Devoto” que vive en el barrio porque allí vivía su marido, un tipo (rubio con pinta de rugbier. Si, yo tampoco entiendo esta decisión de Polka) que falleció hace quince años. Ella es maestra y tiene todas las cualidades que el inconsciente colectivo les asigna a las “seños”: es buena buenísima, dulce y paciente, una mujer ejemplar. La cara fresca de Agustina Cherri contrasta con el semblante agotado de las verdaderas trabajadoras de la educación. La novela no se mete, al menos en los primeros capítulos, en su rol como laburante. Lo mismo ocurre con el personaje de una chica que pasó por la cárcel: haber estado en situación de encierro es una capa más de su maquillaje “tumbero”, un detalle superfluo que nunca se elabora.

Lola colabora en el comedor del barrio y es la referenta de la villa: es la que organiza a la gente, la que dice los discursos emotivos, la que está siempre en el momento justo y en el tiempo indicado, es una heroína que no duda ni trastabilla, sobre quien el resto se apoya. Ella es el centro de un triángulo amoroso conformado por otros dos personajes principales, que tampoco son de la villa: un hijo perdido del dueño de un bar, que volvió al barrio porque en algo raro anda, y un cura de una familia adinerada, que desembarcó en el barrio hace poco. “Parece Alicia en el país de las maravillas”, cuenta Elva, una vecina histórica de la 31, que ahora vive en Ciudad Oculta.

Lo que el barrio sabe
“Yo creo que si (Suar) vino a hacer una ficción del barrio debería haber contratado a gente del barrio, poner a actores para “hacer de” no queda bien, porque son personas de clase media que se les nota que siempre tuvieron un buen pasar y no saben lo que es vivir en una villa, y tienen que actuar demasiado. En los barrios la gente es más sincera y verdadera”, opina Silvina Olivera, una vecina e integrante de la Mesa de Urbanización Participativa y Rotativa de la Villa 31. Para ella, su realidad está “lejos de la ficción”. “La toma que dejó a muchas mujeres y niños en la calle no es el primer desalojo de nuestro barrio, esto de desalojar violentamente es moneda corriente en este proceso de urbanización, solo que no logramos hacerlo visible”, dice esta referenta que milita contra la crisis habitacional que profundiza la feminización de la pobreza de la mano de las políticas neoliberales larretistas. “Tenemos falta de agua, tenemos incendios porque cortan la luz, mueren personas en sus viviendas porque por burocracia no entra la ambulancia. Hay gente con trabajo fijo y gente que no tiene trabajo. Mujeres que sufren violencia y terminan muertas por un femicida”, sostiene al referirse a las problemáticas más urgentes de les vecines.

“La novela muestra lo que la clase media mira y piensa sobre nuestras villas, obviamente bastante alejada de la realidad. Muchas veces, las ficciones muestran lo que ellos querrían ver. La gente que vive acá, sabe que no es la realidad. Nuestros barrios son muy complejos y tienen muchas realidades diferentes, de muchas familias y clases sociales. Pero las ficciones siempre estigmatizan mucho, ellos tienen la idea de que los pobres siempre son violentos. Creo que eso es responsabilidad de los medios, porque cuando suceden cosas en los barrios es difícil que la prensa lo viralice”, dice Silvia.

De la mano con los tiempos que corren, son las mujeres quienes enfrentan los problemas de la trama, que en este caso están más que nada vinculados a la circulación de la droga. Sin embargo, la mayoría de los personajes masculinos de la villa refuerzan características negativas y estereotipos. Todos andan en algo turbio; el que no caga a la mujer es un abusador; está el paraguayo que anda metido en un chanchullo y la banda de narcos peruanos; los pibitos andan todos en una y también son violentos. Con este panorama, es evidente por qué Rita (una de las mujeres) se va a enamorar de un doctor de ojos azules que vive en un country. Acá no hay ningún tipo que valga la pena.

El salvador blanco
Más allá de esto, lo que llama la atención es que los dos referentes de la villa de Polka, quienes organizan al barrio para sacar a la gente adelante y son los representantes del bien y de la justicia, son “de afuera”. Esta dinámica se corresponde con un tropo cinematográfico que en el norte global se llama “White Savior” (salvador blanco): una narrativa repetida hasta el hartazgo en la historia de Hollywood, donde una persona blanca desembarca en un ambiente racializado y marginal y es quien “ilumina” la historia, guiando al resto de los personajes para que puedan cumplir sus objetivos. De esa forma, el salvador blanco encarna ideales como la valentía, la moralidad y la capacidad de organización y es quien dinamiza la trama. En definitiva, presupone que la gente racionalizada no puede ayudarse por sí misma y necesita de alguien de “afuera”, con más facilidad resolutiva para que los encauce. La Polla, hija de Elva, cree que es verdad que “hay gente de afuera que tiene buena onda, pero hay gente de acá que hace cosas piolas y eso no sale en ningún lado, pero cuando viene alguien que no es de acá, eso sí se muestra”.

Es interesante el doble movimiento que genera la tira. Mientras que por un lado trae para adelante a los barrios populares como escenarios posibles y vuelve a poner la lupa sobre ellos, borra, desdibuja y no nombra las crisis que atraviesan a estos espacios reales, (sobre todo, en un contexto donde la gobernación neoliberal de Larreta desaloja, reprime y lleva adelante políticas de ajuste que profundizan la feminización de la pobreza). No es romantización de la pobreza: es frivolización y extractivismo. En ese sentido, la serie dejó pasar una gran oportunidad para mostrar una realidad compleja que mucha gente ignora o no le interesa, y podría haber servido como excusa para ayudar a desanudar prejuicios xenófobos y clasistas. Volviendo al principio: mientras esta noche se estrenará un nuevo capítulo de La 1-15-18, habrá en ese mismo momento mujeres de la Villa 31 que estarán con sus hijos en situación de calle, exigiendo poder acceder a una vivienda digna, viviendo solo con lo puesto. Muy pronto ellas dejarán de ser noticia y los medios se encargarán de otras historias. Las cámaras no estarán más sobre ellas, pero ellas seguirán organizadas, y no necesitarán ningún salvador blanco para hacerlo.

 

 

 

 

 

 

 

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