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HISTORIAS

6 de octubre de 2021

“Cuando contamos que lo íbamos a adoptar, nos decían que estábamos locos”

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Eli y Maximiliano ya eran padres de dos hijos cuando, gracias a uno de ellos, conocieron a un chico con discapacidad; ese encuentro les abrió las puertas a un mundo hasta entonces desconocido: el de los niños que desde hace más tiempo esperan ser adoptados

Es difícil poner en palabras lo que me pasó la primera vez que vi a Félix. Fue muy fuerte: no conocía nada de su historia y, no sé por qué, desde el día en que nos conocimos sentí que nacía un hijo en mi corazón.

Me llamo Elcira Elia Speranza, pero me dicen Eli. Soy ama de casa y vivo con mi familia en Barranqueras, una localidad pegada a Resistencia, Chaco. Estoy casada con Maximiliano de Figueroa desde hace más de dos décadas (los dos tenemos 46 años) y somos papás de Oriana (17), Máximo (12) y Félix (10), quien llegó a nuestra familia en 2018.

Fue gracias a Máximo, que conocimos a Felix, ya que iban a la misma escuela especial. Y así como Máximo, que nació con parálisis cerebral, nos abrió las puertas a un mundo nuevo, el de la discapacidad, Félix −que también tiene esa condición− nos introdujo a otro igual de inesperado: la realidad de muchos niños y niñas con discapacidad que esperan en los hogares tener una familia por medio de la adopción, pidiendo a gritos amor.

Nuestros hijos fueron buscados con mucho anhelo. Máximo nació con parálisis cerebral y al principio fue un choque muy grande, porque ni nos imaginábamos que eso podía llegar a pasar. Nos cambió la vida y nos hicimos miles de preguntas −”¿por qué a nosotros?”, fue una de las que apareció con fuerza−, hasta que en ese largo proceso de buscar respuestas, fuimos entendiendo muchas cosas. En el momento en que nos contaron la historia de Félix, con Maximiliano no esperábamos convertirnos nuevamente en padres, pero comprendimos que él necesitaba una familia y, con el tiempo, supimos que podíamos ser nosotros.

El día que lo conocí a Félix yo estaba en el zoom de la escuela a la que iba Máximo. Era 2017 y vi una mujer con un niño muy hermoso, de 6 años, sentado en la falda: me llamó mucho la atención. Tenía parálisis cerebral, igual que mi hijo. Me acerqué, le pregunté a la señora cómo se llamaba y si ella era la mamá. Me respondió: “No, no soy la mamá, soy la cuidadora, él vive en un hogarcito”. No me dijo mucho más.

Con Lidia, su cuidadora, nos hicimos amigas. Nos veíamos todos los días en la escuela y yo siempre le preguntaba por él. Me dijo que hacía mucho tiempo que el niño estaba en adopción, pero la búsqueda de una familia para él no tenía éxito. Supe que había llegado del interior del Chaco, con un grado muy alto de desnutrición. Siendo bebé, en Resistencia lo tuvieron que operar de urgencia, colocarle un botón gástrico y la mamá decidió darlo en adopción y volver a su pueblo. Estuvo un año internado, luchando por su vida, y cuando pudo recuperar peso se fue al hogar. Había atravesado situaciones de mucho maltrato y abandono, por lo que pudimos ver luego en su amplio historial médico.

Lidia se movió mucho para que se hiciera una convocatoria pública en búsqueda de una familia para Félix: necesitaba atención permanente e inmediata, el amor irremplazable de una familia. Cuando llegaba a mi casa, siempre le contaba a Maximiliano y Oriana sobre él, les pedía que me ayudaran a organizarle el cumpleaños, que lo acompañáramos como podíamos. A mi marido, todo lo que le contaba le tocaba el corazón, pero se hacía el distraído, el que no quería saber nada: en el fondo, no quería encariñarse. Cuando supimos sobre la convocatoria pública, oramos mucho para que Félix encontrara una familia. Somos muy creyentes y, con el tiempo, en la oración sentí que nosotros éramos esa familia que necesitaba.

Una tarde lo esperé a Maximiliano después del trabajo y le dije: “Tenemos que hablar de algo importante”. En seguida supo que era sobre Félix. Le dije que sentía que teníamos que adoptarlo. Su respuesta me sorprendió. Me dijo que desde hacía tiempo él sentía lo mismo, aunque nunca lo hubiésemos charlado, y que no me lo había propuesto para que yo no me sintiera presionada de tomar una decisión.

Hasta entonces, mi marido solo conocía a Félix por fotos y videos. Esa noche hablamos mucho, oramos y nos preguntamos mutuamente si estábamos dispuestos a recorrer este camino. En varias oportunidades Máximo tenía convulsiones y teníamos que salir corriendo todos al hospital. ¿Cómo íbamos a hacer con otro hijo con discapacidad? ¿Íbamos a poder? Coincidimos en que estábamos dispuestos como pareja y sentíamos que iba a ser posible. Quedaba hablarlo con Oriana, porque la decisión tenía que ser de todos: ella debía estar dispuesta a compartir esta aventura de vida con nosotros.

Me acuerdo que estaba en su cuarto, acostada en la cama. Entré y le dije:

−¿Qué pensás si nosotros somos la familia que están buscando para Felix? −se quedó helada.

−¿Me estás diciendo en serio? −me respondió.

Ella vivía con igual angustia y desesperación que nosotros las corridas al hospital. Además pensaba en el futuro, en qué iba a pasar cuando los chicos fueran grandes. Pero también había algo en su corazón que la movía en la misma dirección que a nosotros. Nos abrazamos, lloramos y decidió acompañarnos.

En ese momento no sabíamos si iba a ser posible que nos vieran como posibles padres adoptivos, ya que teníamos otro niño con discapacidad. Tampoco si íbamos a poder presentarnos a la convocatoria pública sin haber estado previamente anotados en el Registro Centralizado de Adoptantes del Chaco (después supimos que en estos casos no era necesaria la inscripción previa). Cuando tuvimos la entrevista con la jueza y nos preguntó por qué pensábamos que nosotros podíamos ser la familia para Félix, no dudamos: “Porque estamos preparados”. Ahí mismo firmamos un papel para empezar la vinculación.

El día en que Maximiliano y Félix se conocieron, fue en el hogar. En el momento en que nuestro hijo vio a mi marido, le cambió la cara: él lo adoptó en seguida como papá. Las cuidadoras, todos los que estaban ahí, se asombraron de la reacción de Félix al verlo. A la que más le costó generar el vínculo, fue a Oriana. Era muy realista y pensaba en las dificultades, en que era otra medicación de la cual ocuparse, más fuerza para hacer, entre otras cosas. Lo veía como alguien indefenso, que necesitaba amor, pero le costaba verlo como un hermano. Cuando fue pasando el tiempo, sintió como si Félix hubiese estado desde siempre en nuestra familia, y a todos nos cuesta imaginarnos ahora nuestra vida sin él.

¡Si las personas conocieran a las chicas y los chicos que hoy esperan ser adoptados, se derribarían tantos mitos! Nosotros también los teníamos. Desde que nació Máximo, empezamos a conocer otras realidades, se nos abrió la mente y el corazón. Con su llegada y la de Félix, empezamos a ver las cosas de otra manera, a disfrutar de lo sencillo, a amar a un hijo que es distinto del que uno idealiza.

Oriana siempre dice que le gusta cómo se ríe Felix y lo feliz que es, aún habiendo pasado por situaciones muy difíciles. Para nosotros, el camino no fue fácil. Muchas veces estamos cansados. Félix y Máximo demandan mucha atención: hay que estar de forma permanente, cambiarles los pañales, bañarlos, darles de comer. Pero desde un primer momento nos dimos cuenta que lo que más necesitaba Félix, que lo que más pedía, era amor. A veces llora aparentemente sin motivo, y cuando uno lo abraza, le da un beso o le toma la mano, automáticamente se ríe.

Después que nació Máximo, cuando me preguntaban si quería tener otro hijo, respondía: “¡Ni loca!”. Tenía mucho miedo de quedar embarazada y tener otro bebé con discapacidad. Al final, tanto miedo tenía y acá está Félix. Nos elegimos. Máximo nos fue enseñando el camino y cuando conocimos a Félix entendimos que ya teníamos un curso intensivo de cómo amar y criar un hijo con discapacidad.

Félix cambió completamente desde que está con nosotros. Cuando estaba en el hogar, no demandaba nada. Veía tele todo el día y no lloraba: sentía que nadie lo iba a atender. Acá, en cambio, tiene mucha conexión. Te mira, sonríe, sabe que están hablando de él, se queja si algo le molesta, se hace entender todo el tiempo. Lo que vemos también es el vínculo fuerte que tiene con su hermano: con el poco movimiento de su mano, Félix busca a Maxi y cuando lo toca, se ríe y es pura felicidad.

Casi todos nos decían que estábamos locos cuando les contamos la decisión de adoptar a Félix. Ahora se dan cuenta de que tenía que estar con nosotros, que podemos tener una familia y una vida social: tenemos amigos, hacemos salidas, disfrutamos del día a día y le pusimos mucha onda a la pandemia.

Muchas veces ponemos tanta energía en perseguir lo que no tenemos a mano, que dejamos de ver lo que está frente a nuestros ojos. Con mi marido, festejamos cuando Oriana dijo “mamá” o “papá”, o cuando dio su primer paso. Con Félix y Maxi aprendimos a festejar sus logros, que pueden parecer pequeños pero son enormes, sin esperar nada, dejando que pase, disfrutando lo que ellos son y lo que pueden lograr. Como dice mi marido, no es que nosotros necesitábamos un hijo: Félix necesitaba una familia y nosotros sentimos en lo más profundo del corazón que esa familia, éramos nosotros.

 

 

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