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SOCIEDAD

21 de julio de 2021

“Si pasa el invierno acá, se muere”

A partir del caso de Tomás, un chico de 12 años que estaba hospitalizado y necesitó urgente una familia que lo reciba, un juzgado bonaerense creó un registro de cuidadores familiares para acompañar a las infancias más desprotegidas: las chicas y chicos más grandes

Guillermo vio el flyer en un grupo de WhatsApp que tiene con amigos. Era un pedido urgente de un organismo que pocos conocen: el Registro Central de Aspirantes a Guardas con fines de adopción de la provincia de Buenos Aires. Pedían referentes afectivos para un niño con un estado de salud delicado, que estaba internado y recuperándose, pero que no podía pasar el invierno en el hospital. Lo que estaba en juego era la vida del chico. Aun hoy Guillermo no sabe muy bien por qué, pero tuvo una reacción inmediata: le mostró el flyer a su pareja, Luciana, con quien nunca, hasta esa noche, habían hablado del tema. De hecho, no vivían juntos.

—Yo quiero abrigarlo —le respondió Luciana, apenas leyó la descripción. Usó esa palabra: “abrigarlo”.

—Y yo te ayudo —le respondió Guillermo.

Ahí mismo, escribieron al juzgado, postulándose. Al otro día, a media mañana, los llamaron. Tomás –el nombre del niño fue cambiado para preservar su identidad– no podía esperar, necesitaba una familia ya, antes de la llegada del frío. “Fue muy rápido, porque había una urgencia”, recuerda Luciana.

Tomás tenía 12 años. Ocho meses atrás, había llegado muy grave, herido, desnutrido, pesando solo 17 kilos, y le habían detectado HIV. Los pronósticos eran buenos porque había recuperado peso, pero la pediatra y la infectóloga igual estaban preocupadas. “Me dijeron: a ver doctor si entiende, si el chico se queda acá y se agarra cualquier infección, se muere”, recuerda el juez Pablo Raffo, del Juzgado de Familia N° 2 de San Miguel, que seguía la causa y salió de esa habitación preguntándose de dónde sacar una familia con tanta premura. Enseguida, junto con el registro de la provincia, emitieron una convocatoria pública –un llamado abierto a toda la comunidad– para pedir referentes afectivos. Y si bien son más de 200 las búsquedas provinciales de este tipo que están dando vueltas sin éxito –la mayoría de adolescentes y grupos de hermanos–, el flyer llegó al WhatsApp correcto, el de Guillermo.
Esta y otras historias inspiraron a Raffo a crear en 2019 el Registro de Cuidadores Familiares, una herramienta que permite a los jueces tener a mano una lista de personas o parejas dispuestas a cuidar de niños, niñas y adolescentes de entre 10 y 17 años, para los que, por diferentes motivos, la adopción no es la mejor opción (ya sea porque no se han encontrado postulantes, porque no brindan su consentimiento subjetivo para ser adoptados, o bien porque no resulta la figura adecuada), pero a los que hay que garantizarles el derecho a crecer en una familiar.

La idea es que, así como existe el registro de adoptantes, haya un registro de cuidadores, y que cuando aparecen situaciones como la de Tomás, en lugar de llamar a una convocatoria pública de carácter urgente, los jueces de toda la provincia puedan evaluar los legajos acumulados, con la ventaja de que los inscriptos ya fueron evaluados.

Pero esto todavía no existía en el caso de Guillermo (56) y Luciana (48), que tuvieron que pasar las evaluaciones a toda velocidad, con diferentes entrevistas. Recién ahí, ambos decidieron contárselo a sus respectivas hijas e hijos. Guillermo tiene dos hijas, de 21 y 23; y Luciana, dos mellizas de 21 y un varón de 17. Todos estuvieron de acuerdo.

Habían pasado pocos días, pero era el momento de conocer a Tomás.

Construir un vínculo
¿De qué cuadro son? ¿Voy a tener una habitación para mí? ¿Sabés cocinar? ¿Tienen perro? ¿Hijos? ¿Cómo es la casa? La lista de preguntas las había hecho Tomás, pero las leía la trabajadora social.

Tomás era chiquito, bajito, menudo. Tenía el pelo corto. Hablaba poco, nada. Pero escuchaba con atención cada respuesta, y miraba solo a Luciana. “Tenía vergüenza, pero muchas ganas de conocerlos”, cuenta hoy, con 15 años, sentado en el living de su casa en Ituzaingó, mientras escucha atento el relato de Guillermo y Luciana.

“No solo no hablaba, sino que lo poco que decía no se le entendía nada, pero nada”, recuerda Luciana. Guillermo agrega: “Hacé de cuenta que vino de otro planeta. Lo que descubrimos con el tiempo es que él tampoco nos entendía, te decía que sí, pero no. Porque no conocía palabras, no tenía mucho lenguaje. Lo mismo pasó con la comida”.Tomás ya no se parece mucho al chico de hace tres años que describen. Mientras repasan parte de su historia, interviene en la charla, asiente. Creció, no solo de tamaño, aunque sigue pareciendo de menos edad. Pide que muestren fotos para ver la diferencia. Aumentó varios kilos, muchos centímetros, tiene un hermoso pelo negro enrulado y mejoró increíblemente su vocabulario y también su dicción, con la ayuda de fonoaudiología. Toda su vida cambió. Ya lleva dos años escolarizado y en 2021 empezó el secundario. “Él no había ido casi a la escuela, prácticamente no leía ni escribía”, recuerda Luciana.

Construir el vínculo de amor no fue fácil. “Tomás se enojaba y nos revoleaba cosas desde arriba, su cuarto está en la planta alta. Gritaba, se metía bajo la mesa y no podíamos sacarlo”, describe la pareja. Hubo momentos difíciles. Luciana es profesora de arte y muralista, y por su trabajo en el barrio Carlos Gardel estaba acostumbrada a lidiar con infancias en situaciones de alta vulnerabilidad.

“Había crecido en un ámbito de violencia y lo había naturalizado. Vivía prácticamente en la calle, por lo que había muchas pautas de convivencia que no las conocía”, cuentan. “Además –agregan–, nosotros, en ese momento, éramos perfectos desconocidos. Era su metodología para defenderse de algo que tampoco sabía bien qué era, porque en realidad su vida fue atravesada por la defensa”.

La pregunta era qué hacer en ese momento. “Es difícil. Pero abrigar a un niño con su propia historia también es aceptar que tiene sus propios defectos. Todo es un aprendizaje”, enfatiza Luciana.

Para ella, hay algo que hizo la diferencia: “Nosotros no teníamos la necesidad de ‘la maternidad’ o ‘la paternidad’. Para mí, decidir cuidar a Tomás –continúa– es también un acto de militancia, de asumir un compromiso social. No es lo mismo cuando uno se conecta desde ese lugar. La experiencia con mis tres hijos me allanó el camino un montón. Contaba con otro backup”.

—¿Tomás, al final, Luciana cocinaba bien?

—Hay cosas que me gustan, pero ella no quiere hacer porque no le gustan a ella. Como pastel de papas y la empanada, no le gusta la carne picada. Pero cuando lo hace, lo hace rico. La persigo un año. Y lo hizo para mi cumpleaños.

—¿Qué cosas fueron las más difíciles?

—Todo, supongo, porque no conocía a nadie.

Ahora tiene su cuarto propio que está decorado con un cuadro con la camiseta de Boca que le regalaron el día que lo conocieron, y que luego fue firmada por todos los jugadores, cuando lo llevaron a la cancha a ver un entrenamiento.

Tomás practica batería, juega al futbol, hizo teatro, cocina, hace un montón de actividades que lo ayudaron, ordenan y contienen. Costó y cuesta. “Nuestros hijos biológicos se han portado y se han bancado todo, siempre desde el amor”, subraya Guillermo.

La pareja enfatiza lo importe que fue el acompañamiento del juzgado para atravesar las situaciones difíciles. También destacan todo lo que puso Tomás de sí, el trabajo de parte de él hacia ellos. “Porque él podría decir ‘y estos locos de dónde salieron’. Él venía con un bagaje cultural, familiar, con una historia de vida diferente, y también tuvo que hacer un esfuerzo enorme”, resumen. A la vez, lo incentivan a que siga en contacto con sus dos hermanas.

—¿Te acordás cómo era tu vida antes?

—Estaba todo el tiempo en la calle, jugando a la pelota, haciendo otras cosas y caía en cualquier lado.

—¿El cambio fue grande? ¿Ahora con qué soñás?

—Muy grande fue el cambio, muchísimo. Yo tenía un sueño que era ser futbolista, pero ahora ya no sé si quiero tanto eso. Quiero estudiar el curso de director técnico.

–Veo que te gusta mucho el fútbol.

—Sí —se ríe. Y Guillermo acota: “Es de lo único que habla”.

En busca de una respuesta
“Cuando se dice que el Estado tiene la obligación legal de garantizar el derecho de los niños y niñas de vivir en familia, sin discriminación, significa que es tanto para los pibes que quieren ser adoptados como para los que no o para aquellos a los que no se les encuentra una”, explica el juez Raffo. Por eso, entiende que la obligación estatal no cesa con una convocatoria pública, que es el último recurso –no obligatorio– del que dispone un magistrado en estos casos. En este sentido, recuerda que en la provincia de Buenos Aires para adoptar a chicos de más de 10 años solo se ofrece entre un 5 y un 6 % de los postulantes.

Fruto de su preocupación y la de su equipo del Juzgado de Familia N° 2 de San Miguel, crearon el Registro de Cuidadores Familiares. “La idea es que esas personas que quieren anotarse como figuras análogas a la adopción, no lleguen con una convocatoria pública, sino que puedan inscribirse antes y ser evaluadas por un equipo técnico”, explica Raffo.

Para el juez, se presentan muchas situaciones diferentes por las edades de los chicos, sus historias y los deseos que tienen. Por el momento, el registro cuenta con una docena de inscriptos. “Aspiramos a que crezca”, dice Raffo, feliz de cómo funcionaron hasta ahora las experiencias. Y si bien solo cuatro juzgados ya son receptores, cualquier magistrado bonaerense puede pedir la lista para usarla.

Por otra parte, Raffo hace mucho hincapié en la diferencia entre la función de cuidador familiar de la que puede tener un padrino o una familia de tránsito. Se trata de estar dispuestos a asumir el cuidado estable y sostenido de estas infancias –con o sin convivencia–, y así acompañarlas en sus trayectorias hasta que puedan tener una vida autónoma.

¿Por qué animarse? “Primero, porque hay que salir de mirar la vidriera, dejar de estar en el lugar de crítica y ponerse en el lugar del que puede modificar”, considera Luciana. Su idea es simple y potente: “Para modificar hay que poner el cuerpo, y yo creo que es una de las tareas más desafiantes, más difíciles, pero necesarias, porque es ayudar a que otra persona tenga una calidad de vida un poco más digna”. Para ella, “es un acto de compromiso y amor”. Tomás, atento, no deja de escuchar y asiente con la cabeza.

 

 

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