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OPINION

11 de julio de 2021

Varados entre la estupidez y la impericia en un formato de nación que ya demostró su decadencia

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Los desaciertos fueron y son de tal magnitud que el daño solo lo podremos dimensionar una vez que baje la “inundación” de la pandemia, y comencemos a transitar nuestra antigua normalidad

Los buenos políticos son los que resuelven los problemas, no los engendran. Un gobierno que entorpece el regreso de los ciudadanos a sus hogares violando derechos constitucionales básicos, dejándolos varados en el extranjero bajo torpes efugios, nos demuestra, de manera exacerbada, la impericia en el manejo de los problemas que agobian nuestra Nación y me llevan a preguntarme: ¿En manos de quienes estamos?

 

Si sumamos a esto que Carlos Bianco, jefe de Gabinete del gobernador Kicillof, cometió la bizarría de referirse al “nazismo”, como forma de reprochar a quienes piensan diferente o no comparten sus ideales, nos volvemos a preguntar: ¿En manos de quienes estamos? Hablar del odio al país del que no piensan igual es tan primitivo como estúpido, desnudando a la vez la ignorancia de lo que se afirma, con el peligro de lo que se aproxima. En Venezuela por caso, existen leyes sobre el odio al país, ¿será ese el rumbo hacia el cual nos quieren llevar ahora?

Ínterin continuamos padeciendo la Argentina de las cinco pandemias (salud, economía, seguridad, instituciones y educación), la vida de ricos que tienen nuestros gobernantes no se condice con la que acceden los trabajadores y jubilados que ven como sus ingresos empeoran. El sueño argentino, solo es para unos pocos elegidos, el resto o es pobre o paga impuestos para mantener a la dirigencia política y los planes asistenciales que ésta “atentamente” dispone para sostener a sus bases, siempre en beneficio de la causa partidaria. La política garantiza vivir el sueño argentino a pleno. Al resto nos toca padecerlos y soportar que nos reten en público, nos traten de nazis y nos dejen varados en el exterior.

 

La política termina siendo un gran negocio a costa de los contribuyentes y del empobrecimiento diario de una nación devastada por los groseros errores en el manejo de lo público, donde importa más ganar una elección que sanar la patria devastada. Los varados pueden seguir esperando, no es una prioridad que regresen a sus hogares. Una aberración por donde se lo analice.

 

Desde el 20 de marzo de 2020 hemos vivido una sobredosis de pandemia. Mientras la mayoría de los argentinos penaban, y sigue penando por sobrevivir, pagar las cuentas, los impuestos y alimentarse, la casta dirigente continuó cobrando puntualmente sus dietas y gozando de todos los privilegios que le garantizan una vida de lujo, muy diferente y alejada de la mayoría de sus gobernados. Se agrega el escándalo imperdonable del “Vacunatorio Vip”, el torpe manejo de la provisión de vacunas, mientras seguimos expulsando empresas multinacionales a montones y se destruyeron cientos de miles de empresas que cerraron sus puertas a lo largo y a lo ancho de la nación.

 

La pandemia, como una inundación, sacó a la luz todas las miserias de la sociedad exponiendo la ineptitud de nuestro gobierno para encontrar soluciones a los nuevos desafío que el virus nos expuso. Los desaciertos fueron y son de tal magnitud que el daño solo lo podremos dimensionar una vez que baje el agua, y comencemos a transitar nuestra antigua normalidad, la cual desgraciadamente nos llevaba de crisis en crisis a consecuencia de las pésimas administraciones que tuvimos desde la recuperación de la democracia hasta nuestros días, al mismo tiempo que seguimos padeciendo la estupidez y la impericia en el manejo de lo público.

 

Afirmó el periodista Jaime Bayly en uno de sus editoriales: “Argentina es un manicomio a cielo abierto”, frase que uso para definirnos luego de analizar a la insólita decisión de nuestro gobierno de castigar a los turistas que osaron viajar al exterior. Es una definición que nos abarca como conjunto social ya que nuestra realidad expone de la manera más cruda la incapacidad en la toma de decisiones desde el poder político, al mismo tiempo que nos coloca, como ciudadanos, al frente de las consecuencias, porque somos nosotros los que padecemos los yerros garrafales de los gobernantes. Los argentinos hemos visto como se viene degradando la calidad de vida año tras año como consecuencia directa de la incapacidad de quienes tuvieron la responsabilidad de dirigir los destinos de nuestro país.

 

La falta de consideración y respeto hacia el ciudadano por parte de los gobernantes nos muestra en la cara una extraña paradoja, mientras miles de varados penan por volver a sus hogares, el ex ministro de Salud Ginés González García, fue y regresó de España sin inconvenientes. Estas situaciones evidencias los privilegios que se arrogan los dirigentes, una burla en la cara para sus dirigidos. La amoralidad y la falta de criterio cívico pareciera ser la regla que guía sus actos. La misma que los llevo a vacunarse antes que la población. Es un criterio de conductas impropias que se sostienen en el tiempo y nos degradan como nación.

 

En pandemia todos los gobiernos debieron tomar medidas impopulares y cometieron errores. Pero el nuestro se aseguró estar siempre a la cabeza, peleando los primeros puestos en el ranking de la estolidez. Se gasta lo que no tenemos y se administra mal, siendo imposible describir en unas pocas páginas el enorme dispendio del estado, donde se siguen pagando sueldos a personas que no prestan tarea alguna, como un ejemplo de criterio y descuido con que se administra el dinero de los contribuyentes, mientras la corrupción sigue dando vueltas como el COVID-19, pero sin vacunas a la vista.

 

La política argentina se encuentra severamente cuestionada, basta con ver las diferentes encuestas sobre la consideración que tiene la ciudadanía respecto de sus dirigentes. Tanto el Poder Legislativo como el Ejecutivo cuentan con estructuras que, con el tiempo, fueron ganadas por el partidismo político, convirtiendo al Estado en la mayor agencia de contrataciones de todo el país.

 

Los funcionarios que no funcionan y que además se dan el gusto de exponer sus torpezas públicamente, cuentan con asesores en cantidad, secretarias, choferes, asistentes, por supuesto celular pago, pasajes en avión para ir y venir cuando lo estimen pertinente (incluso si son muchos alquilar el avión de Messi es siempre una opción). También tienen oficinas, servicios de cafetería, personal de maestranza que atiende sus necesidades, sistemas, peluqueros, custodios y varios beneficios que se suman a un salario que, comparado con los trabajadores y jubilados lo multiplican varias veces. Podríamos decir que se trata de una vida soñada en un país donde más del cincuenta por ciento de la población vive en la pobreza o, lamentablemente en la indigencia.

 

Para nuestro prematuramente desgastado primer mandatario el costo de la política es una cuestión de menor transcendencia, casi nimia, algo que me llama poderosamente la atención tratándose de un país indigente, quebrado, sin crédito y rebajado a la categoría de “Standalone”, donde cada día más de dos mil ciudadanos son arrojados a las fauces de la pobreza. Se da la paradoja que los que viven de los privilegios de la clase política son los mismos que desprecian el costo de su casta, a la vez que son los responsables del fracaso nacional y popular que venimos arrastrando por décadas.

En los últimos años la economía argentina fue en picada, claro está, la pandemia tiene un peso importante en esa grosera caída, pero no solo se trata de la baja abrupta del PBI, sino que, en paralelo, todos los indicadores de pobreza, inseguridad, narcotráfico, trabajo en negro, economía informal se incrementaron a niveles pornográficos, con una inflación que no para de causar estragos en la población. La lógica de nuestra política, sus costos, y los resultados conseguidos no tiene sustento alguno. Estamos pagando muy caro por un servicio deplorable que solo ha conseguido fracasos tras fracasos, a la vez que la emisión monetaria no cesa de crecer exponencialmente para sostener, hasta vaya uno a saber cuándo, (¿explote?) un sistema claramente ineficaz y corrupto.

 

En el medio de todo este aquelarre, la dirigencia política ni siquiera tuvo el buen tino de solidarizarse con los más necesitados, y donar parte de sus dietas de privilegio para poner un plato de comida donde no lo hay. Algunos hasta cometieron la estupidez de decir que ¡cobran poco! pero la creatividad los llevó a sancionar el “Aporte Solidario”, que nada tiene de aporte, ni de solidario, imponiendo una nueva gabela a los más ricos, que son a la sazón, los que más impuestos pagan para sostener el sistema ineficiente de nuestra casta dirigente. Eso sí, el presidente fue educado y les agradeció públicamente su contribución ¿o les estaba tomando el pelo?

 

No todos, pero sí una gran mayoría de los políticos argentinos son “profesionales”, hacen de la política su forma de vida. Con el tiempo construyen un caparazón moral que los protege de quienes pensamos que su trabajo es deficiente y que cobran demasiado por un servicio pésimo. Ocupar un cargo no implica ejercerlo correctamente. Son mandantes de la ciudadanía, se deben a su pueblo, tienen la obligación legal y moral de tratarnos con respeto y consideración.

 

Cada centavo que gastan debe estar más que justificado. Por cada beneficio que tienen deberían ser consientes que hay personas que pasan hambre y no cuentan ni siquiera un plato de comida al día. Pero en varios casos -no todos por supuesto- importa más lucir una cartera Hermès, un celular o un reloj de alta gama, que ocuparse de solucionar de una buena vez por todos los problemas acuciantes que tienen sus “votantes”, que casualmente, son los mismos que los votan y pagan todos los privilegios de los que gozan. Pero sí pensamos diferentes somos odiadores seriales y nazis.

 

Nos convertimos en uno de los países con mayor carga tributaria del mundo para sostener un sistema político que no solo es morboso por sus costos, sino doloso por sus resultados. Todo sería mucho más sencillo si gobernaran tratando de “entrometerse” lo menos posible, poniendo sus energías en la solución de los problemas existentes y no en la creación de nuevos escollos.

 

Si tan solo nos dejaran trabajar los argentinos sin lugar a dudas, encontraríamos la salida. Mientras tanto seguimos varados entre la estupidez y la impericia de un modelo de nación que ya fracasó, pero insisten en repetir.

 

Por Jorge Grispo

 

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