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HISTORIAS

24 de junio de 2021

El trágico final de los trillizos separados al nacer, producto de un experimento

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Una agencia de adopción los entregó a tres familias diferentes: una rica, una de clase media y una de clase trabajadora. Se reencontraron en 1980 y su historia milagrosa dio la vuelta al mundo. Pero nada en su vida era una casualidad: todo había sido parte de un engaño cruel perpetrado por un oscuro psiquiatra. El estremecedor documental de Netflix que recuerda el drama.

Cuando en 1980 Bobby Shafran llegó por primera vez al campus de la universidad pública de Sullivan, en Nueva York, se dio cuenta enseguida de que algo raro pasaba. Tenía 19 años y nunca había sido un chico popular, así que estaba nervioso. Sin embargo, todos lo saludaban como si lo conocieran. Algunas chicas, incluso, lo besaban efusivamente. Otros repetían: “Bienvenido, Eddy, ¿qué tal tus vacaciones?”.

Para cuando encontró su cuarto, la confusión era total. Entonces, un chico golpeó la puerta y le hizo las dos preguntas que definirían el resto de su destino: “¿Sos adoptado? ¿Tu cumpleaños es el 12 de julio...? ¡Tenés un hermano gemelo!”. Unos minutos más tarde, estaban llamando a Eddy Galland –que había cursado y abandonado en la misma facultad el año anterior–, desde una cabina telefónica, y de ahí, sin escalas, a toda velocidad en el auto de Bobby para acortar los 200 kilómetros que lo encontrarían por fin con el hermano del que había estado separado toda su vida.

“En el camino nos paró la policía. ‘Será mejor que tengas una muy buena razón para manejar así’, me dijo el oficial. ‘Bueno’, dije, ‘no me lo va a creer…’”, recuerda Robert Shafran, hoy de 59 años. Así comienza el aclamado documental Three identical Strangers (Tres extraños idénticos), de Tim Wardle, que debutó en Sundance en 2018 con un Premio Especial del Jurado –y un público conmovido, que lloraba en las salas y abrazaba a los protagonistas–, y que Netflix estrenará este lunes.

En un suburbio de Nueva York, David Kellman se enteró por su mejor amigo: su abuela había visto la foto de dos chicos separados al nacer que se habían reencontrado de casualidad en la universidad de Sullivan, eran iguales a él. Cuando volvió a su casa, su madre lo esperaba con la nota en la mano. Llamaron en ese mismo momento al diario y consiguieron el teléfono de Eddy. “Hola –dijo–. Me llamo David, nací el 12 de julio de 1961 y creo que hay otros dos como yo”.

Bobby Shafran, Eddy Galland y David Kellman habían sido dados en adopción a tres familias distintas por la agencia Louise Wise Services, la más prestigiosa entre la colectividad judía neoyorquina. Solo los padres adoptivos de los trillizos cuestionaron lo que había ocurrido en medio de la alegría del reencuentro; nadie nunca les había dicho que sus hijos tenían hermanos. Cuando exigieron respuestas a la agencia, les dijeron que los bebés habían sido separados por su bien, ya que consideraron que era demasiado difícil que alguien quisiera adoptarlos a todos.

La primera vez que se encontraron eran “como cachorritos jugando”. Se movían igual, comparaban gestos y gustos para descubrirse asombrosamente parecidos: fumaban Marlboro, amaban la lucha libre y la comida china, les atraían las chicas un poco más grandes, cruzaban las piernas de la misma manera, hasta tenían, cada uno, una hermana adoptiva de la misma edad, 20 años. Las coincidencias no paraban de sucederse. “Todo era nuevo, todo era celebración. Nos sentíamos como niños, porque no habíamos tenido una infancia juntos”, dice David.

Emprendieron juntos la misión de dar con su madre biológica. Cuando la conocieron, en un bar, se encontraron con un pasado triste: los había tenido cuando era muy chica y parecía tener problemas con el alcohol. Ninguno le dio mayor trascendencia, después de todo, cada uno tenía su propia familia. Pero aquella era la punta del ovillo del drama que estaba a punto de desatarse. Faltaba poco para que supieran que habían sido víctimas del más cruel de los engaños imaginables.

Los tres se habían casado, empezaron a distanciarse, y Eddy empezó a tener cambios de humor. Pasaba de la ira a la tristeza profunda y le diagnosticaron un trastorno maníaco depresivo. David y Bobby lo acompañaron a internarse en un psiquiátrico. Ellos mismos habían tenido problemas para manejar su ira y Bobby incluso estuvo implicado en un asesinato durante su adolescencia.

Al escuchar la desesperación de David al otro lado del teléfono el 16 de junio de 1995, Bobby ni siquiera necesitó que hablara. Sabía que Eddy se había suicidado. Su muerte los devastó. Galland había sido desde el primer momento el que los unía, el gracioso de los tres, el que “iluminaba a todos con su sonrisa”. Había sido en su casa donde se vieron por primera vez. Había sido su popularidad la que hizo que todos se acercaran a saludar a Bobby aquella mañana en la universidad de Sullivan. Y había sido aquel reencuentro lo único en su singular historia que era obra del azar: todo lo demás era parte de un macabro experimento científico. En el mismo año del suicidio de Galland

Los hermanos no habían sido entregados a distintas familias para facilitar su adopción, como manifestó a los padres originalmente la agencia, sino como parte de una investigación científica ideada por el psiquiatra infantil Peter Neubauer, un refugiado autríaco del Holocausto cercano a Anna Freud y responsable del archivo de su padre. Desde el Child Development Center, Neubauer se había propuesto responder a una de las preguntas filosóficas más básicas de la humanidad: ¿Qué influye más sobre el comportamiento, la naturaleza o la cultura, lo innato o lo adquirido?.

Wright había descubierto que la agencia Louise Wise había ubicado a un número desconocido de gemelos y trillizos en diferentes hogares con características deliberadamente disímiles. Había sido observados en secreto durante años, por investigadores que realizaban visitas domiciliarias, mientras a los padres se les decía que eran visitas estándar, para rastrear el progreso de los niños adoptivos.

Una familia acomodada, una de clase media, otra de trabajadores. Buscaban diferencias en la crianza de los hijos con la misma genética para saber cómo afectaban el desarrollo. Hasta la aparente casualidad de la hermana mayor de la misma edad era parte del plan. El engaño era cada vez mayor. Los niños, los padres y sus hermanas, todo era parte del estudio: la agencia y Neubauer habían elegido minuciosamente a cada familia.

Se calcula que fueron unos ocho los pares de hermanos separados, pero nadie lo sabe, porque el estudio jamás se publicó. “Cuando Wright me lo contó pensé que era como lo que hicieron los nazis”, dice Bobby. “Nos separaron y nos estudiaron como ratas de laboratorio”, se lamenta David.

 

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