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HISTORIA

18 de marzo de 2021

La colonización argentina: del fracaso al éxito

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A 165 años del asentamiento de los colonos en Esperanza, Santa Fe, un recorrido por el país de Sarmiento que no fue: el país de las colonias agrícolas

Colonización y latifundios son excluyentes. Tras las Constitución  de 1853, y el alberdiano “gobernar es poblar”, el primer gobierno argentino del general Urquiza emprendió la tarea ciclópea de impulsar la construcción de ferrocarriles, la inmigración y la colonización agrícola. Con los antecedentes de su experiencia anterior en la gobernación de Entre Ríos, Urquiza apoyaría la Edad Dorada de los Colonos (1856-1893) Luego sostenidas principalmente por las presidencias de Sarmiento y Avellaneda, y que recogían los pioneros proyectos rivadavianos, que luego de asegurar los derechos de los extranjeros iguales a los derechos de los nativos, se promulgaba desde el Primer Triunvirato, “a los extranjeros que se dediquen al cultivo de los campos se les dará terreno suficiente y se los auxiliará para sus primeros establecimientos rurales, y en el comercio de sus producciones”, firmaba Rivadavia en 1812 en una línea similar a Mariano Moreno.  Ambos querían cambiar la matriz colonial de acumulación de hectáreas en menos de pocos  en unidades productivas de colonos independientes, “cien Chivilcoy”, diría medio siglo después Sarmiento “Vacas, vacas, vacas” remataría un resignado Sarmiento en el ostracismo final del Paraguay en 1888. O “latifundio, latifundio, latifundio”, un esquema de concentración de tierras y poder estimulado en consecuencia  de la autodenominada Conquista del Desierto, y presidencia Roca, que ahogarían con arriendos y tasas exorbitantes a los colonos posteriores a 1880, el grueso inmigratorio que definió la efigie nacional “Las vaquitas son ajenas y las penas nuestras” podría haber sido el grito de protesta de los gringos de la pampas, más bien arrendatarios a merced de terratenientes, que no casualmente en esos tiempos comienzan una escalada de rebeliones agrícolas  y que alcanzaron el cenit en el Grito de Alcorta de 1912. Hubo un tiempo que fue hermoso,  un capitalismo de rostro humano, asentado en los valores del trabajo y esfuerzo,  sin especulación, y quedó de quimera en las primeras colonias en Santa Fe.

“Será conveniente, será infinitamente útil que se estreche la campaña pastoreo, que se siembre, que haya bellas ciudades, todo género de población” analizaba en 1822 el diputado Juan José Paso, secretario de primer gobierno patrio en la Revolución de Mayo, en los fundamentos de la rivadaviana Ley de Enfiteusis, una brillante idea en papel de estímulo de colonización en tierras públicas, aunque recurría al crédito internacional con la realidad del endeudamiento público posterior, y graficaba el huevo de la serpiente, “no es conveniente, menos en nuestra forma que en otra, que haya grandes propietarios  y un montón de hombres pobres alrededor, todos en dependencia de aquellos” Rosas en el poder dicta la norma de distribuir tierras “a personas que el gobierno se reserva nombrar según lo estime conveniente (Anchorena, Miguens, Díaz Vélez, Martínez de Hoz y más apellidos patricios)”,  y en 1840, 52 mil millas cuadradas estaban en poder de unas 800 familias. Tres veces Inglaterra. Las iniciativas de Rivadavia en atraer extranjeros fracasaron por las presiones de los terratenientes, conflicto entre las modernas necesidades agrícolas y el tradicional pastoreo expandido ganadero, además que las condiciones eran mejores en Buenos Aires que en la campaña, y los minúsculos grupos llegados antes de 1852 quedaron en Ensenada, irlandeses, y La Boca, genoveses.   

Si bien los antecedentes de las colonias agrícolas, y las prolegómenos de la pampa gringa, aparecen en la liberal Corrientes  de Juan  Pujol, y la fallida Colonia San Juan a instancias de Augusto Brougnes en 1855, y en Entre Ríos, la colonia militar de Urquiza en sus tierras de Las Conchas en 1853,  será  Santa Fe donde el gobierno confederado nacional apuntala sus medidas de colonización agrícola, en parte por una mirada geopolítica de fortalecimiento enfrentada a Buenos Aires (puerto de Rosario), en parte por la debilidad de los terratenientes en la región del Chaco santafesino, aún bajo el control de los pueblos originarios (la idea de los ganaderos santafesinos era originalmente un cordón defensivo contra los malones, o sea se permitió las milicias armadas de agricultores franceses  y suizos, excelentes tiradores, algo que a larga se arrepentirían los grandes propietarios de las tierras)  Para tener un punto de comparación,  en los meses de enero y marzo de 1856,  arribo de los mil pioneros colonos europeos a Esperanza, Santa Fe, en la provincia de Buenos Aires se otorgaban 3.300.000 de hectáreas a 300 personas.  

La Esperanza de Castellanos
El 15 de junio de 1853 el salteño Aarón Castellanos, el padre de la pampa gringa, firma el primigenio contrato de colonización e inmigración –aunque no figuraba esta palabra- con el gobierno de la provincia de Santa Fe, quien quería “promover y desarrollar, en la provincia que manda, los elementos de riqueza y prosperidad que encierra su territorio…preferentemente la industria agrícola, fuente principal de riqueza y fuerza” Personaje singular, Don Aarón, héroe de la Independencia, gaucho de Güemes, explorador  del Río Bermejo y, finalmente, rico hacendado entre Salta y Buenos Aires. En París, exiliado del rosismo, los agentes de la inmigración norteamericana llaman su atención y empieza  a promover las bondades argentinas en la Europa revolucionaria de mediados del siglo XIX. Regresó a Buenos Aires con proyectos ferrocarrileros, portuarios y de colonización en las orillas del Río Negro, rechazados por el gobernador Valentín Alsina. Pero Castellanos no se desanimó y llevó sus ideas colonizadoras al gobernador santafesino Domingo Crespo. Con el visto bueno se estableció en Europa en 1855 y trabajó con las más conocidas agencias de inmigrantes, Vanderet & Cia de Dunquerque, y Beck & Herzog, de Basilea. Cerca de 200 familias de inmigrantes de los Cantones de Suiza, el sur de Alemania, Francia, Saboya, Bélgica y Luxemburgo, con todos sus elementos de trabajo,  cruzaron el Atlántico para arribar en los primeros meses de 1856. Hora Cero de la Argentina inmigratoria.  Los inmigrantes ocuparon un campo desierto a treinta y ocho kilómetros de la capital santafesina,  Colonia Esperanza, en un terreno cercano al río Salado –no al Paraná por temores a que se convierta en un puerto autónomo en poder de extranjeros-, y con esfuerzo personal ante condiciones adversas que no estaban en sus cálculos ni de las autoridades ni Castellanos, dieron los primeros pasos del boom del trigo argentino, y en la primera colonia agrícola (fundada oficialmente el 8 de septiembre de 1856, Día del Agricultor) Los pocos conocimientos en las labores de las tierras, y la lucha contra las plagas, fueron remediados con la asistencia de gauchos santiagueños según Juan Bialet Massé.  El gobierno otorgaba las tierras de veinte cuadras cuadradas, más el rancho y animales, que debían ser reembolsados en los dos primeros años con el fruto del trabajo –junto con la comisión de Castellanos-, y a los cinco años pasarían a propietarios.  Sólo dos años después las hectáreas  cultivadas eran de 5400, cosechándose 4715 fanegas de trigo, 615 de cebada, 3061 de maíz y 61 de maní. Al año siguiente se abrirían tres molinos y se comerciaría harina argentina, en un país que la importó hasta 1876. Castellanos mantuvo abierta la línea colonizadora hacia Esperanza, en sus rol de jefe municipal de Rosario, hasta su fallecimiento en 1880.

Hacia 1858 algunos inmigrantes suizos que no se instalaron en Esperanza aceptaron la oferta de un fuerte terrateniente inglés del actual departamento de Las Colonias, Richard Foster, y dieron origen a la Colonia San Gerónimo, aunque se dedicaron a la ganadería que rendía mejor con menos trabajo. Y mostraron los límites del modelo de colonia agrícola. Además las compañías de inmigración exigieron tierras a los gobiernos como forma de pago y 50 mil hectáreas fueron a Beck & Herzog, que fundan arrendando Colonia San Carlos.  La década siguiente se expande este modelo privado con Helvecia, parte de los primeros colonos de Esperanza que no podían saldar sus deudas, California, un grupo excepcional de norteamericanos,  Emilia y San Justo, dentro de las 2 millones de hectáreas de Mariano Cabal, Candelaria-Casilda y Reconquista. Se avanza en el centro, noroeste y oeste de Santa Fe pero se estanca hacia 1872 con el fracaso del establecimiento de Sunchales.  En simultáneo despunta la inmigración masiva, espontánea, que solidifica la tendencia de pasar de colonos, dentro de una política inmigratoria amparada por leyes nacionales y provinciales, allí la Ley Avellaneda de 1876, a simplemente arrendatarios, que logran el dominio de la tierra no por el trabajo sino por el dinero (e inicio de esta manera de la plantación de alfalfa indiscriminada, la soja del siglo XIX, en detrimento de los más sustentables como trigo y maíz. Las vacas ajenas necesitaban alfalfa…)

“El estímulo de la tierra con que se les halaga para decidirlos a abandonar sus hogares, sus amigos y  relaciones, se torna luego en descontento, cuando ven acrecentarse la fortuna del empresario supuesto colonizador”, refería en 1866 el gobernador santafesino Nicasio Oroño, y vislumbraba los problemas de una colonización  privatizada, “descontento por el valor creciente de la tierra que ellos cultivan y encarecen fecundándola en su trabajo diario, en provecho del especulador dueño de las tierras”, cerraba en un discurso para una ley que otorgaba tierras públicas  a inmigrantes –y nativos- al norte de su provincia. Sabido que la progresista gobernación de Oroño, tierra para el que trabaja, matrimonio civil (el primero argentino fue en Colonia Esperanza en 1867), enseñanza libre y gratuita antes de la Ley de Educación Común de 1882, fue truncada en 1868. Como la revolución colonizadora sarmientina de Cien Chivilcoy. Otro número estimado por Gastón Gori indica que si el exitoso ejemplo de Castellanos en Colonia Esperanza se hubiese replicado a lo largo del territorio, las tres millones de inmigrantes entre 1880-1914,  hubiesen instalado seis mil colonias con 600 mil chacras de productores agrícolas independientes. En 1914 existían 76 mil chacras en 80 millones de hectáreas aptas para el cultivo de cereales.  Es más, diez años después de la sanción de la Ley Avellaneda  solamente existían seis colonias en territorios nacionales y dos en Córdoba, con 161 mil hectáreas enajenadas con arreglo público. Mientras tanto el Congreso de la Nación otorgaba 500 mil hectáreas en  Chubut  a Juan Temperley, en la fiebre del ovino, una fervor que hacía a La Pampa un extenso territorio con diez mil personas y un millón de ovejas, sin colonias agrícolas, y dos únicos centros de población, General Acha y Victoria.

Últimas postales de modelo “El arado civiliza”
“Recorrer la Colonia San Carlos es un paseo encantador”, se extasiaba Estanislao Zeballos a mediados de 1890 en su “Descripción amena de la República Argentina”,  un panorama de  las comunidades santafesinas que mezclaban suizos, franceses y alemanes y criollos, de manera bucólica, “sobre todo en verano, cuando maduros los trigos presentan en campos limitados para la mirada, cubriendo partes de los edificios, que surgen de entre las espigas como los busques del mar…nadie pasa sin saludarse recíprocamente en esta comarca de gente buena, hospitalaria y sencilla…hay diez molinos, dos atahonas, doce mil cuadras cultivadas o con ganados, quince mil bestias de labor y cría, catorce carpinterías, ocho herrerías, numerosos talleres de otro género y sólo una mesa de billar (sic)”, cerraba cuando se empezó a permitir la hacienda a los primeros colonos, antes prohibidas por contrato “La hasta entonces autónoma agricultura santafesina comenzará a regirse desde 1893 por las necesidades de la ganadería –analiza Ezequiel Gallo- que consistieron básicamente en el mejoramiento de las pasturas, mediante la concesión a los agricultores –arrendatarios- de extensas parcelas de tierras dentro de las estancias para que plantasen en ellas trigo, lino y, finalmente, alfalfa” Fin de ciclo “La revolución  económica que los estadistas argentinos habían tratado de estimular por medio de la inmigración y la agricultura logró algunos de sus objetivos después de 1880 – reflexiona James Scobie- pero esta revolución destruyó el sistema de colonización y al pequeño agricultor independiente (como comprenderían los chacareros santafesinos huelguistas impulsores del Grito de Alcorta en 1912, germen de una socialista Federación Agraria Argentina, y que produciría el desplazamiento del trigo y el maíz a los menos conflictivos Buenos Aires y La Pampa) Las colonias agrícolas de Santa Fe desempeñaron un papel importante en lo referente a hacer que la Argentina llegase a la autosuficiencia de trigo –y al mito del Granero del Mundo. Pero eran demasiadas pocas y absorbían una proporción demasiado pequeña del número cada vez mayor de inmigrantes, como para modificar la estructura social y económica de la Argentina”   Otra dificultades estuvieron en las resistencias entre criollos y gringos, quienes denominaban a los gauchos despectivamente “schwarze-cheib”, expresión peyorativa a los negros africanos. Del otro lado, las milicias armadas de los primeros colonos, y los inicios de delimitación con alambres de los cultivos, que impedían el libre deambular en los campos, fueron una constante fuente de fricciones, que se sucedieron incontenibles con el asesinato de un colono francés de San Carlos en manos de un pulpero de El Sauce,  por una deuda de éste último. Este hecho de 1869 requiere la intervención del presidente Sarmiento, que autoriza la acción armada contra gauchos e indios (sic) A partir de allí escalan los hechos de violencia, agudizados por la presión fiscal en aumento. En 1893 varias colonias se plegarán a la revuelta radical y fueron ferozmente reprimidas con un ostensible sentimiento anti-gringo. El comandante Romero ordenó que al cabecilla Von Will de la Colonia Helvecia, “degollarlo a lo chancho y removerle el cuchillo”, recuerda  Gallo.

“En Villa Alba –desde 1942, General San Martín, La Pampa- hemos visitado la colonia Narcisse Leven (La Esmeralda) de la Jewish Colonization Association. La JCA –asociación internacional con colonias en Brasil, Canadá, Palestina, etc- fue instituída por el Barón Mauricio Hirsch…en nuestro país, posee colonias en Buenos Aires, Santa Fe, Santiago del Estero, Entre Ríos y La Pampa Central”, transcribe Fernando Aráoz el fresco de principios de siglo XX de una colonia de gauchos judíos, “40 mil hectáreas, que se cultivan 30 mil, y el resto va a la ganadería…265 familias que constituyen un total de 2075 almas. Los agricultores colonizadores son 1852 y emigrantes 223, rusos todos, salvo algunos rumanos…se formaliza un contrato de arrendamiento y un préstamo de 3 mil pesos correspondiente a tres anualidades… a pesar de que la Colonia lleva ocho años establecida, un solo colono ha podido pagar los 3 mil pesos para formalizar la promesa de compra de su chacra de 150 hectáreas…una colonia sujeta a compromisos severos y dilatorios…los colonos buscan un desahogo a sus apremios…compran unas vaquitas y pocos lanares…los más jóvenes parten a las ciudades” O la muerte –anunciada- del espíritu de los pioneros colonos.

Sin embargo el fracaso en términos económicos de la colonización tuvo un legado cultural y social que queda registrado en esta tardía “Guía del inmigrante español” de 1931 (editado por la Biblioteca Nacional), “El argentinismo como debe ser.  Sus deberes son: querer bien y sinceramente esta tierra… y olvidar, en familia, que es extranjero. Ser argentino en el pensar y en el decir…tiene que ganarse el pan de cada día…y si se enamora, debe hacerlo –casarse- con una mujer argentina. Sin olvidar a España y los suyos, sus amigos están aquí, sus hábitos de hombre aquí los adquirió, y sus hijos deben ser argentinos, porque él también casi lo es”  El ancla y el trigo son los símbolos del escudo de Esperanza desde 1861. En las frases de la casi centenaria guía española persisten los mismos ecos de integración de mundos que nos hacen argentinos.   

Fuente: serargentino.com

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