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CULTURA

15 de marzo de 2021

Martín Caparrós: "Es muy difícil encontrar hambrientos ateos"

Random House publica una colección de títulos que lleva el nombre de "Biblioteca Martín Caparrós" y que se edita en estos días junto a la novela "Un día en la vida de Dios", que define como "una fantasía pop sobre los dioses y la invención de la muerte". "Las religiones tienen un peso decisivo en la aceptación del hambre", sostiene en la entrevista con Télam.

"'El hambre' es una realidad sobre los hombres y la invención de la desigualdad", dice Martín Caparrós a propósito del libro que en versión actualizada vuelve a escena para redefinir los alcances de la problemática alimentaria en el contexto de la pandemia, que el periodista define como "un proceso inédito" por el cual "ahora sabemos cómo nos cambia las vidas mientras dura, pero no cómo las va a cambiar cuando se acabe" y probablemente "nos enfrente a situaciones extremas de desarraigo, pobreza, hambre".

Publicado por Literatura Random House, el texto es la punta de lanza de una colección de títulos que lleva el nombre de "Biblioteca Martín Caparrós" y se edita en estos días junto a la novela "Un día en la vida de Dios", que define como "una fantasía pop sobre los dioses y la invención de la muerte". Revisar y actualizar su corpus de obras para esta nueva serie que seguirá en la segunda mitad del año con un nuevo libro de no ficción titulado "Ñamérica"- constituye "un paso entre melancólico y celebratorio", define en entrevista con Télam el escritor, nacido en Buenos Aires en 1957 y actualmente radicado en Barcelona.

Caparrós es autor de recordadas novelas como "Los Living", "Valfierno" o "Echeverría" y de libros de no ficción como "Larga distancia", "Contra el cambio" y "Lacrónica". El año pasado, en el paisaje inaugural de la pandemia que trastocó al mundo, presentó su novela "Sinfín". Un año después, la prolongación de ese escenario lo llevó a escribir un epílogo alusivo para acompañar la reedición de "El hambre", un híbrido entre la bitácora, la crónica y el ensayo que retrata a grupos humanos que por distintas razones -sequías, pobreza extrema, guerras, marginación- sufren carencias alimentarias.

"La situación se deteriora, y te dicen que es culpa del coronavirus. Es y no es. El virus no causa nada: agudiza, si acaso, los problemas existentes, desigualdades existentes, pobrezas existentes. Desvela, revela, lleva al límite: es el leve empujón que desbarranca a los que sobrevivían en el borde", caracteriza Caparrós este presente monopolizado por la pandemia en el texto que cierra la versión actualizada de la obra, publicada originalmente en 2014. Como derivación de las indagaciones que ofrece allí, el escritor fue invitado a participar en diciembre de 2019 de la sesión inaugural del Consejo Federal Argentina contra el Hambre, una iniciativa que encabezó el presidente Alberto Fernández junto a un centenar de referentes sociales con el propósito de conformar un programa multisectorial para combatir los déficits alimentarios.

- Télam: ¿Cuál es tu posición personal frente a la pregunta de tu libro: cómo se puede vivir sabiendo que se muere gente de hambre?

- Martín Caparrós: El truco suele ser siempre el mismo: creerse que esas cosas solo les pasan a otros. Y puede que sea cierto aunque, en muchos lugares, cada vez menos. Pero, sobre todo: ¿cuándo empezó a resultarnos tan fácil suponer que lo que les pasa a otros no nos pasa a todos?

- T.: En el epílogo de la nueva edición aludís a que esta problemática adquirió un espesor distinto durante la pandemia ¿Qué impacto puede llegar a tener esta impensada amplificación de los núcleos del hambre?

- M. C.: Esa es la pregunta del millón. Estamos en medio de un proceso nunca visto que, efectivamente, llevó ciertos sufrimientos a sectores que no solían tenerlos, e hizo que fuera imposible no ver muchas cosas que nos esforzábamos en no mirar. Es un proceso inédito: ahora sabemos cómo nos cambia las vidas mientras dura, pero no sabemos cómo las va a cambiar cuando se acabe. Y es probable que nos enfrente a situaciones bastante extremas: de desarraigo, de pobreza, de hambre y de las reacciones que eso puede provocar.

- T.: ¿Cómo incidió en vos esta constatación del hambre como algo "cotidiano", pensando un poco en Hannah Arendt, quien puso al descubierto la naturaleza ordinaria del mal en "La banalidad del mal"?

M. C.: Recuerdo un momento muy fuerte en Majdanek, un campo de concentración nazi en Lublin, Polonia, en que creí entender que el mal de aquellos alemanes no tenía nada de banal: pensar en matar a millones de personas es de lo más extraordinario –en sentido estricto– que nuestra civilización ha producido. Y llevarlo a cabo, más todavía. Con el hambre pasa lo mismo. Que no tenga la puesta en escena que a veces le imaginamos no significa que no sea un fenómeno muy extraordinario. Y cada vez más: durante milenios, la humanidad no tuvo la capacidad técnica de alimentar a todos sus individuos –de ahí las grandes hambrunas clásicas– pero ahora sí, y entonces que no lo haga es todavía más culpable, más brutal.

- T.: ¿Cuáles son las tipologías del hambre más habituales en Latinoamérica a lo largo del rastreo que desarrollás en el libro?

- M. C.: Por suerte, ya son pocas las personas que se "mueren de hambre". La gran mayoría de las víctimas de la desnutrición son personas que, al estar poco y mal alimentadas, al no tener fuerza y defensas, se mueren de enfermedades que a vos y a mí no nos harían nada. Así mata el hambre, y también por eso es más fácil no verlo. Y el problema de las políticas públicas es que, en su gran mayoría, consisten en ayudas, asistencialismo más o menos clientelar que no soluciona las causas del hambre -solo aminora sus efectos inmediatos- y, al hacerlo, muchas veces consigue que millones de personas dependan de los organismos que les dan esa limosna: los Estados, sus gobiernos.

- T.: ¿Cómo sentís la cuestionada supremacía del hombre en la pirámide alimenticia?

- M. C.: No estoy en contra de esa supremacía. El homo sapiens se apoderó del planeta y lo usa para vivir. Como especie somos realmente un éxito: hace 200 años éramos mil millones de especímenes; ahora somos casi ocho mil, y vivimos más del doble que entonces. Para eso tuvimos que usar muchos recursos, y no me parece mal; lo que está mal –y no tiene sentido– es usarlos tan mal que terminemos con ellos. O usarlos tan injustamente que una pequeña minoría se quede con la mayoría, y muchos se queden sin nada.

- T.: ¿El Estado debe participar para poder corregir la desigualdad que genera el hambre?

- M. C.: Por supuesto. La desigualdad que está en la base del hambre solo puede resolverse por medios políticos, cambiando estructuras sociales y económicas, y una de las formas de llevar adelante cambios políticos es a través del Estado. No es la única, por supuesto, pero es una de las básicas.

- T.: Las religiones en general hacen del hambre y el ayuno un estado de santidad en vez de condenar las hambrunas ¿Las instituciones religiosas son también funcionales de alguna manera a la perpetuación del hambre?

- M. C.: No, el ayuno religioso no es un fenómeno cuantitativamente significativo. Pero las religiones tienen un peso decisivo en la aceptación del hambre. Una de las cosas que más me llamaron la atención mientras recorría el mundo escuchando a personas que no comían suficiente es que muchos de ellos justificaban lo que les pasaba porque algún dios lo había querido. Como decía entonces: es muy difícil encontrar hambrientos ateos. Las religiones no siempre proponen el ayuno, pero justifican el hambre mejor que ningún otro discurso conocido. Bienaventurados sean los pobres…

- T.: En el libro hablás de la capacidad disciplinadora del hambre ¿Planteaste este trabajo con la expectativa de disparar alguna forma de concientización que empuje a revertir parte de esta lógica?

- M. C.: Lo cuento, como casi todo lo que cuento, con la esperanza quizá boba de que a alguien le importe y piense qué puede hacer al respecto, cómo puede cambiarlo. La manera en que el hambre –la amenaza del hambre– obliga a hacer cosas en condiciones que nadie aceptaría si no fuera por ella es un clásico del capitalismo desde sus inicios. Y, para nuestra vergüenza, sigue funcionando.

- T.: - En paralelo a "El hambre" exploraste también la relación con la comida desde una perspectiva contrapuesta en tu libro "Entre dientes", donde el tema aparece ligado a la opulencia ¿Esas dos miradas en torno a una misma cuestión se pueden leer como parte de una misma indagación que apunta a poner en diálogo aspectos antagónicos sobre un mismo fenómeno?

- M. C.: Los dos libros son más o menos contemporáneos, y también publiqué en esa época una novela, "Comí", que obviamente trata sobre lo mismo. Comer –o no comer– es uno de los gestos más habituales, más comunes, más decisivos de nuestras vidas, y creo que vale la pena pensarlo desde todos los puntos de vista posibles. Pero, por supuesto, ninguno es tan urgente como su imposibilidad. 


Fuente: Télam

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